Omara en el París de las maravillas

Omara en el París de las maravillas

Manuel Herrero Montoto

Septem

292 págs.

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Manuel Herrero Montoto acaba de publicar Omara en el París de las maravillas una novela cuya lectura es, como mínimo, recomendable, tanto por la historia que nos cuenta como por la forma en que estructura el discurso narrativo.

Y nos va a resultar muy divertida la manera en que este cirujano metido a escritor nos transmite la historia. Las fantasías de sexo en los comienzos del siglo XX en el marco de una residencia de ancianos, muy singular, en la que Coldo desafía a la astenia sexual propia de la edad avanzada con el estímulo que proporciona la lectura del libro censurado. Al igual que en, su anterior novela,  Omara la trapecista en esta también nos encontramos con dos historias paralelas.

Coldo, el chaval que leía a los trabajadores las peripecias de Omara en un vagón de tren de madera, creció. Ahora su audiencia la componen unos ancianos singulares, de un geriátrico no menos singular, y a reglón seguido de la lectura en voz alta de Omara en el París de las maravillas recuperan aquel instinto básico secuestrado por una sociedad irracional e ignorante.

Manuel Herrero Montoto es el padre putativo de Omara. Vive tan compenetrado con ella que resulta difícil distinguir al escritor de la puta, o viceversa. Después de presentarnos a la muchachita de las alegrías en su novela Omara la trapecista (Septem Ediciones, 2001) y dejarnos con el regusto de sus eróticas acrobacias, vuelve ahora a nuestras manos inmersa en la vorágine de la vanguardia artística de un Paris que desbarata el arte oficial y descuartiza los versos al uso. Enmohecido todo ello. Desfilan al lado de Omara: Picasso, Modigliani, Matisse, Max Jacob, Utrillo, Apollinaire y el resto de la banda. Omara es la musa en la sombra, lo mismo sirve a Picasso de modelo para una de Las señoritas de Avignon que inspira con sus numeritos erótico-circenses a Matisse en su Danza aérea. El lector descubrirá en estas páginas como se forjaron estas obras de arte imprescindibles en el catálogo de la excelencia universal. Faltaba Omara en la nómina del Paris de las maravillas, ese Paris que nace con el siglo XX y languidece ante la Gran Guerra. Con su libidinoso toque, el Paris de Omara resulta deliciosamente obsceno y cachondo, en una palabra, maravilloso.

Coldo, el chaval que leía a los trabajadores las peripecias de Omara en un vagón de tren de madera, se hizo hombre. Ahora su audiencia la componen unos ancianos singulares, de un geriátrico no menos singular, y a renglón seguido de la lectura en voz alta de “Omara en el París de las maravillas” recuperan aquel instinto básico secuestrado sin motivo por una sociedad irracional e ignorante.

 

 

 

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