Paco Abril: ‘Las ficciones son representaciones de la complejidad de los que somos’

Quince personas intervendrán hablando tres minutos cada una en el acto de presentación de Los dones de los cuentos (Octaedro Editorial, 2014) de Paco Abril (Teruel, 1947). Luis Miguel Piñera, Rafael Gutiérrez, María Jesús Lavandero, Julián Pascual, Sixto Cortina, Ana Belén Puppy’s, Vanessa Gutiérrez, Paco Álvarez Velasco, Sonia Segarra, Braulia del Coz, Carlos G. Espina, Ana L. Chicano, Manuel Abril y Francesco Barili acompañarán al autor este jueves 23 de octubre a las 20.00 horas en el Club de Prensa de la Nueva España de Gijón (Sala Cultural Cajastur “Monte de Piedad”, Plaza Monte de Piedad, 2) para recibir la publicación de este cuidadoso e interesante estudio que, además de destacar y analizar catorce dones que nos entregan los cuentos, anexa la campaña de fomento de la lectura Contadnos cuentos, por favor, así como unos apuntes para una teoría del contar, junto con un prólogo de Miguel Ángel Santos Guerra, catedrático emérito de la Universidad de Málaga.

Pocos serán los que no conozcan la rica trayectoria de Paco Abril. No en vano, ya fue reconocido en 1979 con el Primer Premio Nacional a la Mejor Labor Crítica de Literatura Infantil y en 2013 recibía el Premio María Elvira Muñiz de Promoción de la Lectura. Escritor, experto en animación lectora, crítico, cuentacuentos y artista plástico, fue director de programas educativos en la Fundación Municipal de Cultura de Gijón, y durante 23 años publicó en el diario La Nueva España el famoso suplemento infantil La Oreja Verde. Además, es autor de libros como La niña de la nube, La pregunta del cuco, Resdán y Colores que se aman, entre otros. Fruto de su amplia experiencia y conocimiento, ve la luz ahora Los dones de los cuentos, publicado por Ediciones Octaedro en su colección Recursos educativos, cuya sinopsis da pie al encuentro que mantuvimos con el autor a escasos días de su presentación: “Este libro, que se lee como si fuera una novela fascinante, trata de fundamentar por qué los cuentos, narrados o escritos, tienen tanta importancia en nuestras vidas. Su tesis central es que esas ficciones son tan necesarias para las personas como alimento, conclusión que, a priori, puede parecer una exageración. Por eso el autor ha buscado sólidos principios sobre los que apoyar tan arriesgada afirmación. A esos consistentes principios que ha descubierto los ha llamado dones, de ahí el título de esta obra”.

Paco, si tuvieses que resumir en pocas palabras las conclusiones a las que llegaste a través de la pregunta de para qué necesitamos los cuentos, ¿qué destacarías?

Es necesario responder una y otra vez a esa pregunta, porque es difícil de entender que las ficciones sean necesarias. En el libro afirmo, y trato de fundamentarlo, que los cuentos son una necesidad vital, que otorgan a quienes los disfrutan una serie de extraordinarios dones. Y que necesitamos cuentos tanto para conocernos mejor a nosotros mismos como a la realidad en la que estamos inmersos. Las ficciones son representaciones de la complejidad de los que somos. Si nos miramos en ellas aprendemos a vernos desde fuera, aprendemos a salir de la tiranía del yo, a conocernos, aceptarnos y mejorarnos. Y esto lo afirmo a pesar de que los relatos no son inocentes, a pesar de que, en muchas ocasiones, son vehículo del engaño y de la manipulación.

los cuentos son una necesidad vital, que otorgan a quienes los disfrutan una serie de extraordinarios dones

¿Compartes la opinión de Miguel Ángel Santos Guerra, prologuista del libro, de que el cuento es la distancia más corta entre una persona y la verdad?

Hasta adustos pensadores, cuando quieren explicar sus ideas, suelen recurrir al auxilio de los cuentos. Y sí, comparto ese dicho que cita mi generoso prologuista, porque los buenos cuentos, nos dan importantes claves para acceder a la verdad por la puerta de la ficción.

Comienzas el volumen analizando la dimensión emotiva de los cuentos, que puede ser positiva o negativa. Mencionas a Louis Aragon que diferenció el relato como “mentir verdadero” del “mentir falso”, que es el arte de engañar. ¿El hecho de que también se alerte de que “el imperio ha confiscado el relato” viene de algún modo a ratificar los dones de los cuentos, pese a que en este caso se trate de una advertencia de cómo se pueden emplear con malos fines?

Quien alerta de que el “imperio ha confiscado el relato” es el sociólogo Christian Salmon. En el libro intento cuestionar esa premisa. Desde que los humanos empezaron a contar, las historias han sido utilizadas para intentar colar de rondón ideologías y creencias de todo tipo. Los historiadores de la literatura, nos recuerdan, y lo digo en el libro, que siempre ha habido una relación entre los sermones que pretendían adoctrinar y los cuentos. Sí, los cuentos pueden servir, o mejor, sirven para engañar, seducir o adoctrinar. Todavía hoy nos siguen contando que los varones tienen que ser los héroes, los protagonistas absolutos, los salvadores, mientras las mujeres deben someterse a ejercer un papel de amas de casa, de cuidadoras de niños, o de sumisas y solícitas siervas al servicio de los hombres. La proliferación de cuentos rosas y de princesas, que pretenden relegar a las niñas a poco más que al cuidado de su belleza y a las labores del hogar, son una clarísima muestra de esa utilización. Y pocos y pocas se alzan indignados contra esa nueva colonización rosa. Pero también los cuentos inducen a ver las cosas de manera opuesta, también incitan a rebelarse contra lo establecido, también nos muestran la miseria y lo ridículo de esas ideologías ramplonas y machistas, también cuestionan el poder, en resumen, también abren nuestras mentes. Y esos cuentos del “mentir verdadero” son por los que abogo.


Sin duda alguna nos quedamos con el punto de vista emotivo-positivo, aunque también ahí apuntas hacia la existencia de ciertos predicadores o gurús que utilizan el cuento como autoayuda frente a a fieles extasiados. –¿Nos falta ser educados para pensar y tener espíritu crítico, y por eso tal vez nos dejamos llevar a veces por esos contadores salvadores?

Por supuesto que nos falta ser educados, como bien dices, para pensar y tener espíritu crítico. He conocido algunos contadores salvadores que son puros charlatanes, engatusadores, vendedores de humo que nos ofertan la bondad y felicidad cual si fueran píldoras salvíficas. Por eso prefiero estudiar los relatos desde una visión cognitiva, esto es, desde una amplia perspectiva que no olvida lo emotivo, que no olvida los sentimientos, pero sin que esos sentimientos dominen el pensamiento y la razón.

 ¿Crees que uno de los mayores errores que puede cometer aquel que cuenta un cuento es subestimar a su oyente, sea un niño o un adulto?

El cuento es un puente construido con palabras que va del yo del que cuenta al yo del otro que escucha. Si se subestima a ese otro, ese puente no funcionará, quedará roto en una orilla, no cumplirá su función de unir. Se pueden dar diversas formas de subestimación, una de ellas, la más frecuente, es la de los contadores que consideran que lo que ellos narran posee un valor de atracción absoluto, y si no funciona es culpa, también siempre, de quien escucha.

Hablemos de los dones que ocupan este riguroso estudio. Comienzas por el afecto y resulta muy interesante, para evitar caer en la equivocación, la idea de “atención desatenta” que formulas. Explícanosla, por favor.

La expresión atención desatenta puede parecer contradictoria, porque ¿se puede ser atento y desatento a la vez? Sí, afirmo que se puede y que es una perversión de la conducta muy frecuente. La definiría como ese comportamiento en el que alguien, sin interesarse de verdad por el otro, decide que es lo mejor para ese otro. Se podría argumentar que eso es desatención pura y dura, pero no, hay una clara diferencia: el desatento pasa totalmente de la persona que necesita su atención, no se preocupa por ella. Quien practica la atención desatenta, sin embargo, considera que se desvive por la otra persona, que la cuida y hasta que la tiene en un pedestal. Por eso le cuesta mucho aceptar, al atento desatento, que la otra persona pueda querer otras cosas que él no le da porque ni siquiera se preocupa por saber cuáles son sus deseos. El desatento sólo piensa en lo que para él es importante, no en lo que al otro le interesa, le importa o desea. Y lo peor de los que practican la perversión de entregarse a los demás sin tenerlos en cuenta, es que exigen imperioso agradecimiento por ello. Su creencia obnubila su conciencia. Se podrían analizar muchas situaciones sociales leyéndolas desde el punto de vista de la atención, desatención y “atención desatenta”.

Hablas del don del consuelo que todos necesitamos, pero no debemos confundir final feliz con ñoñería, ¿verdad?

Claro que no, aunque se confundan con demasiada frecuencia. Una vez oí a una madre que estaba contándole a su hija de unos 8 años un relato muy ñoño. La niña le cortó diciéndole: “Mamá, no sigas contándome esa historia que me da vergüenza, es ridícula”. Ñoñería, no; final feliz, sí. No creo que nadie quiera contarles a los niños y a las niñas historias que los hundan en la desesperanza, pero un final feliz no es un final ñoño, es un final esperanzador. Y la esperanza, como decía Jhon Berger, es una llama que se enciende en la oscuridad. Considero que los finales de los cuentos para la infancia tienen que tener esa llama.

Este estudio está continuamente salpicado de citas cuidadosamente escogidas, experiencias personales y relatos que hacen de su lectura un apasionante viaje, realmente adictivo, por mil y un cuentos que podrían ser las Mil y una noches. Y entre ellos destaca tu hijo Manuel que, siendo muy pequeño, resumió muy bien el don de la palabra al afirmarte que leía con la boca. La palabra, el pensamiento, la imaginación, el don del deseo lector… ¿dirías que son fundamentales e irreemplazables estos aprendizajes en edades tempranas para configurar un adulto mucho más inteligente, sobre todo en lo que a sus emociones se refiere?

Hace unos años fui a dar una conferencia a Mexico DF.  Me pidieron que hablara de la lectura desde la cuna. Recuerdo que les conté que, nada más enterarse del encargo, mi hijo mostró una reacción de inmediato rechazo. Le oí decir entre sorprendido y enojado: “Cómo que desde la cuna? ¿No eres tú el que dice que los campesinos tienen que preparar la tierra antes de sembrarla?”. Y me sugirió cambiar la preposición “desde” por el adverbio “antes”. Le contesté: “Tienes toda la razón, aunque barres para casa, ya que todavía estás dentro del confortable útero materno. Tu madre te habla, te cuenta, te pone música. Yo os leo a los dos cuentos relatos y noticias de lo que pasa en el mundo”. En conclusión, hay que educar, no desde la cuna, sino desde antes de la cuna. Cuanto primero se empiece, mejor. Por otra parte, todavía sigo dándole vueltas a esa frase de mi hijo Manuel que, como recuerdas, decía que leía con la boca. Y añadía:  “Es la boca la que lee hablando”.

¿Por qué es importante entregarle a los niños el don de la fuga que muchos, a priori, verían como una herramienta negativa?

En el libro subrayo que hay una actitud de la infancia muy difícil de entender por los adultos, es la que se refiere a que quieran evadirse de la realidad a través de sus juegos o embarcándose en cualquier ficción. A demasiados adultos les cuesta admitir que la realidad les resulte a los niños y niñas demasiado agobiante, o  enormemente insulsa o tediosa. Por eso quieren huir. Y me atrevo a afirmar que, al contarles cuentos, les procuramos ese don fabuloso que he llamado el don de la fuga apoyándome en un poema de Emily Dickinson: Siempre que escucho la palabra Fuga/… crezco en expectación,/ en vocación de vuelo”. Y que a nadie se alarme por la desaparición de sus hijos en los vuelos de la ensoñación, pues de esa huída regresarán sanos, salvos y mejorados.

Tal vez uno de los dones del que menos conscientes somos y que es realmente importante es el de la atención. ¿Cómo se consigue y qué debe evitarse?

Cuánto me alegro de que hayas puesto tu foco de atención en la atención. Me parece crucial. Se habla mucho de esta capacidad, se les exige de manera perentoria a los estudiantes, pero se habla muy poco de cómo se desarrolla o de cómo se potencia. Imaginemos que la atención fuese un órgano del cuerpo, pongamos una mano. La mano posee unas potencialidades inmensas. Sirve, en primer lugar, para sostener y manejar objetos, para comer, beber, gesticular… Y, además la usamos para realizar cosas portentosa, como tocar el piano, por citar una de sus múltiples posibilidades. Pero ¿qué pasaría si no las usásemos, si nos la vendaran desde niños, como se les vendaba los pies a las niñas  chinas? Pasaría que cuando nos retirasen los vendajes, no sabríamos usarlas, tendríamos dos muñones incapaces de cumplir la función para la que la naturaleza la ha diseñado, pues como afirma la biología, la función crea el órgano. Con la atención pasa lo mismo. Tenemos que ponerla a funcionar desde que nacemos. Los bebés ya se concentran en lo que les interesa: el rostro de su madre, una canción, un animal que observan. Pero hay que seguir potenciándola constantemente. Y una forma de conseguirlo es relatándoles cuentos a los niños y a las niñas. Cuando esos relatos los cautivan, ellos prestan (que vocablo tan interesante) su atención de manera incondicional. Y lo mejor de todo es que se van a ir habituando a prestar atención hasta aquello que casi no les interesa, porque cosa curiosa, al dedicarles su atención, lo transformarán, de inmediato, en interesante.

Si me lo permites, te lanzo una pregunta que tú mismo planteas: ¿cómo es posible que las ficciones construidas con los materiales de las mentiras puedan conducirnos a la verdad?

no deja de asombrarme que los cuentos, que están construidos con los mismos materiales que las mentiras, nos lleven, sin embargo, a la verdad

Me lo preguntas tú y me lo sigo preguntado yo, porque no deja de asombrarme que los cuentos, que están construidos con los mismos materiales que las mentiras, nos lleven, sin embargo, a la verdad. Nos acercamos a desvelar ese misterio cuando empezamos a darnos cuenta de que en una historia no importa lo que se cuente ni dónde ocurra, lo que importa es el soporte de verdad que la sostiene, ese soporte de verosimilitud está construido con sentimientos y pensamientos que parece que nos los han extraído de nosotros mismos, aunque nunca hubiésemos acertado a expresarlos así. He oído decir en numerosas ocasiones a niños y niñas que lo que le pasaba a la gallina, al canguro o a la gata protagonistas de un cuento era lo mismo, lo mismo que les pasaba a ellos.

Comentas que estas ficciones que crea la imaginación también sirven para prevenir problemas serios en la infancia. ¿En qué manera?

Esta afirmación que me he atrevido a formular, puede parecer una exageración. Pero cuando indagamos en lo que los cuentos ofrecen a la infancia, empezamos a vislumbrar que no lo es. Primero porque quienes cuentan cuentos a los más pequeños, les prestan una necesaria atención atenta, los tienen en cuenta, los valoran, los consuelan, les hacen sentirse queridos, comprenden que se fuguen de vez en cuando, los invitan a esforzarse, a superarse, igual que hacen los protagonistas de las historias que les narran. En resumen, les proporcionan sólidos cimientos para construirse fuertes por dentro, con esos sólidos materiales que da el afecto y la comprensión. Así que si ofrecen todo esto, no es exagerado decir que sirven para prevenir problemas serios, esos problemas derivados, muchos de ellos, de la desconsideración hacia la infancia.

Regresando hasta el prólogo, en él se señala tu reticencia en ocasiones sobre la didáctica de la lectura que se hace en la escuela. ¿Cuáles crees que son los mayores errores que se cometen?

La escuela presta a la lectura una atención escolarizada. Priman, en los listados recomendados, aquellos libros que pretenden trasmitir “valores”, aunque su valor literario sea nulo. Resultaría muy pertinente que tratáramos de responder a la pregunta: ¿por qué se insiste en aplicar prácticas de lectura que no funcionan, que producen más aversión a los libros que deseo de leerlos? El informe PISA nos muestra, cada vez que se publica, verdades de Perogrullo. Han llegado a la conclusión de que los niños y niñas que leen porque quieren, tienen importantes ventajas sobre los que son reacios a la lectura y solo leen por obligación. Se ha repetido incansablemente que es fundamental potenciar el placer de leer. La lectura se desarrolla cuando conmueve, esto es, cuando los lectores descubren que los libros son mundos que les abren las puertas a otros mundos y les dan claves para entenderse a si mismos y a los demás. El sistema educativo se ha empecinado en convertir la lectura en una tarea burocrática. Y así, los sufridos aprendices tienen que leer un libro y cubrir una ficha. Los escolares abominan estos deberes que no sirven para estimular la lectura ni para resumir el libro ni para entender lo que se lee. Nos lamentamos, año tras año, de ser un país que está a la cola de la comprensión lectora y la expresión escrita, pero no podemos quedarnos en la queja, tenemos la obligación moral de investigar las causas y poner los remedios necesarios para que esa situación cambie de manera radical. Solo se necesita querer hacerlo.

 ¿Y en cuanto a las familias?

No debemos olvidar que el deseo lector se potencia sobre todo en la familia. Es un deseo que se arraiga con fuerza cuando un padre, una madre o cualquier persona vinculada afectivamente con un recién llegado al mundo le narra o le lee cuentos. Lo he podido comprobar día a día con mi hijo Manuel. Él me dijo la frase que cito en el libro y que me parece esencial para entender cómo pueden fomentarse hábitos lectores permanentes. Dijo: “Cuando me cuentan cuentos me entran muchas ganas de saber a leer”. Subrayo que dijo saber a leer, no aprender a leer, que son cuestiones muy diferentes en las que me extiendo en Los dones de los cuentos.

¿Dirías que este libro, pese a ser una gran herramienta para los docentes y aquellos que trabajen con niños, es especialmente interesante para los padres y las madres?

Diría que sí, porque está escrito, sobre todo, desde la perspectiva de un padre que ha tenido el gran privilegio de seguir, asombrado, la evolución lectora, afectiva e intelectual de su hijo. Un padre que, con mayor o menor acierto, ha relatado su experiencia en un libro.

El libro tiene una vertiente teórica pero es sobre todo muy práctico. Y, de hecho, ofreces unos apuntes para una teoría del contar que deberían tenerse muy en cuenta: ser escuchador, contador y no actor ni declamador, partir de la sencillez y, sobre todo, creerse aquello que cuenta. ¿Es el niño el mejor detector de la mentira y del artificio?

Los niños y niñas son grandes detectores tanto de las mentiras como de las injusticias que se les hacen. Cuando les cuentas algo que les suena a falso no dudan en decirte: “Eso es mentira”. Pero cuando una historia esta impregnada de verdad, por muy fantasiosa que sea su trama, la siguen con todos sus sentidos.

Terminando con una vuelta al principio, al comienzo del libro hay una cita de Margaret Atwood maravillosa que viene a decir que un país sin historias sería un país sin espejo. ¿Crees que a través de los cuentos no deberíamos convertir ese espejo en deformante, excesivamente paternalista y edulcorado, sino que, fieles a la realidad, deberíamos mostrar a los niños todas las caras de este mundo, desde lo digno de imitar hasta lo despreciable?

Por supuesto. Nadie quiere mentiras, aunque proliferen en demasía; nadie quiere espejos que nos engañen, aunque existan demasiados. Y dicho esto, hay que distinguir en las ficciones, como decía de manera muy clara y hermosa el poeta Louis Aragon, entre el “mentir verdadero” y el “mentir falso”. Los cuentos que no engañan están dentro del “mentir verdadero”. Sin embargo, qué difícil resulta mostrar a las claras, con cuentos de calidad, las caras del mundo, porque en los relatos literarios, la verdad y la dignidad se muestran no solo con la fidelidad a la realidad, sino también con el esmero en la escritura.

¿Qué le dirías a alguien que afirma que no sabe contar o que no tiene qué contar?

Ya me lo han dicho en bastantes ocasiones. Y a las personas que me lo dijeron les pregunté: “¿Por qué dices que no sabes contar o que no tienes que contar?”, y de inmediato me contaban su porqué, que, en realidad, era una historia; una historia algunas veces fascinante. O sea, que sí sabían contar, pero nadie les había dado la oportunidad de corroborarlo. Todos somos cuentos de cuentos que vamos contando cuentos, aunque en ocasiones, y por diversas circunstancias, nos creamos incapaces de hacerlo.

 Una última pregunta: ¿es tarde para regresar al mundo de los cuentos o al arte de contar? ¿Deberíamos los adultos concedernos la oportunidad no solo de contar, sino de dejar que nos cuenten?

Considero que nunca es tarde. No hace mucho, estuve contando cuentos en una residencia de ancianos. Asistieron más de doscientas personas de edades superiores a los 70 años. Había que ver la atención emocionada con la que siguieron mis historias. Y en las grandes ciudades existen cada vez más bares en los que se cuentan dos días a la semana cuentos para adultos. Parece que hay un renacer del contar en directo. Es pertinente señalar también que están surgiendo experiencias interesantísimas de Abuelos y Abuelas Narradores, como las que propicia una gran amiga, la contadora Graciela Deza en Buenos Aires (Argentina). De todas formas, mientras no perdamos la capacidad de hablar (capacidad que hay que desarrollar y cuidar, porque, como dice Ivonne Bordelois, la palabra está amenazada), no perderemos la capacidad de contar.

Y permíteme un breve añadido sin pregunta. Si algo me gustaría lograr con este libro sería participar en una gran conversación en la que se hablara, se preguntara y se discrepara sobre las ideas que aquí se exponen. Y se hiciera con ese respeto mutuo que tendría que ser la deseable brújula que guiara toda educación. Y esto lo digo porque quiero seguir aprendiendo.

 

Fotografías 1 y 3: Covi Sánchez

Fotografía 2: Ana L. Chicano

(21 de octubre, 2014)

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