Miguel Rojo, José Luis Piquero, Fernando Beltrán: Poetas enredados

Fue todo un enredo conseguir juntar a estos poetas: Beltrán en Madrid y Piquero en Huelva, alejados de Asturias, y Miguel Rojo, desde Gijón, se han citado en la Red. Tres de los más importantes poetas asturianos se enredan y desenredan en esta entrevista.

 

M.R.- Por estas tierras se oye continuamente hablar sobre el buen momento que vive la poesía asturiana… Que si estos autores, que si estas obras. Vosotros que vivís fuera de Asturias, ¿percibís que se tenga esa misma apreciación por la poesía que ahora mismo se hace aquí en Asturias o es simplemente chupeteo onanista?

J.L.P.- Si te refieres a la poesía en castellano, desde luego que el momento es bueno: el mejor en los últimos 30 años. Asturies nunca había sido tierra de poetas (aparte de honrosos casos como el deÁngel González, Bousoño y alguno más) y ahora lo es: de muchos y muy buenos poetas que cuentan en el panorama nacional y aparecen en las mejores antologías. La poesía española ya pasa por Asturies.

La poesía en asturiano es otro cantar. Faltan lectores y no se le dedica la menor atención por parte de los medios. Pero esto no es una carrera de velocidad sino de fondo y cuento con que las cosas vayan cambiando. Nombres valiosos (que lo serían igualmente en cualquier idioma) no faltan.

F.B.- La poesía asturiana, como todas, más que un buen momento, vive un… momento. Eso es todo. Y ya es mucho. Como lo son el hecho y la coincidencia de que unos cuantos poetas asturianos “suenen” en el panorama español, un panorama, por cierto, que “suena” a su vez en el ámbito internacional como una poesía –en sus distintas lenguas- que vive un buen momento… ¿vive la poesía española un buen momento? Quiero pensar que sí, pero la verdad es que no tengo ni idea…


J.L.P.- Los tres hacemos una poesía bastante marcada por la propia biografía. ¿Os ha supuesto eso algún problema, desde el momento en que alguien puede reconocerse en un poema, o incluso ser protagonista del mismo? No hay que olvidar que nuestros amigos y familiares también nos leen (y a veces, son los únicos, je, je, je).

F.B.- Mi madre jamás lee mis poemas, desde que se leyó a disgusto en uno de ellos. Pero eso evidentemente es un malentendido poético más, porque es una de las personas a las que más quiero. En otro orden de cosas, los poemas de amor por fortuna nunca tienen nombre. Quizá porque en el fondo están escritos más para uno mismo que para el otro. Por eso, los grandes y, sobre todo, los más sabios amores empiezan pidiéndote un poema y ordenándote años después que no vuelvas nunca a escribirles un poema y te limites a algo tan difícil y complicado como es quererlas a secas…

M.R.- Cierto pudor, en un principio. La sensación de que te estás desnudando ante el ojo del que te lee… y como muy bien dices, la mayoría son ojos conocidos. Sin embargo, con la edad, uno cada vez tiene menos posibilidades de desnudarse delante de queridos ajenos, así que…

 

F.B.- La chica del otro lado del patio, acaba de levantar bruscamente la persiana. Me asusta como siempre, me saca de mis mundos y sin embargo, ¿no es así la poesía, un algo de pronto que nos saca de nuestro ensimismamiento o cotidianidad para despertarnos a la belleza o al vértigo de saber que es el comienzo del día en el que por fin has de atreverte a abordarla…?

M.R.- A mí no me sorprende que la chica suba la persiana porque yo ya hacía rato que la estaba esperando, je, je. Con esto quiero decir que, más que la poesía venga a mí, soy yo el que va a buscarla y entonces –si por fin sube la persiana, porque la mayoría de las veces la espera es baldía – se produce la magia, el flechazo y surge un poema.

J.L.P.- La poesía puede llegar de muchas maneras: un deslumbramiento, un recuerdo, una simple ocurrencia. Es una llamada que no podemos dejar de escuchar. Y cuando contestamos, una voz nos dice cosas increíbles: hermosas o terribles, siempre con un fondo de verdad insospechado. Con esto no quiero decir que la poesía sea una revelación mágica. Creo que es fruto de la inteligencia, de la cultura, del trabajo y del oficio, pero también de intuiciones misteriosas que no siempre comprendemos bien de dónde proceden y que todavía nadie ha explicado. Pero no necesitamos esa explicación, ¿verdad? Sólo que las cosas sigan ocurriendo.

 

M.R.- Creo que era Gil de Biedma el que decía que escribía poesía para no morir del todo. ¿Este tipo de afirmaciones son pura pose poética o realmente vosotros también podéis llegar a “morir un poco” si no escribís poesía?

J.L.P.- No es una muerte física, sino una muerte moral. Algo se pierde para siempre cuando no se cuenta, cuando no se indaga. Y creo que el lector podría decir algo parecido e incluso llegar más allá, porque se puede vivir sin escribir pero sin leer… La idea me resulta ardua. Sí, creo que la poesía ayuda a vivir, a no morir del todo. En esa creencia leo y escribo.

F.B.- No lo sé, Miguel. Pero reconozco, eso sí, que cada vez que me he sentido morir un poco, escribir esa sensación, gritarla, arrojarla, empujarla al papel ha sido siempre un ejercicio sanador y terapéutico. El diván del poeta son sus versos… La prueba es que los psiquiatras y los psicólogos suelen acudir a la poesía más que a sus compañeros cuando se sienten enfermos…

 

J.L.P.- ¿Qué importancia dais al trato con otros escritores, sea pura vida social o la más provechosa de intercambio de pareceres, opiniones, consejos, etc.?

F.B.- La misma que al trato con otras personas, oficios, latidos y sensibilidades: Toda. La diferencia es que entre escritores me aburro a veces más que con los que no lo son, sobre todo cuando nos ponemos demasiado “corporativos” y hablamos sólo del mundillo poético, más que de la vida, que es la única escuela poética que conozco… De cualquier forma, el “novamás” ocurre sin duda cuando coincide la admiración poética y la amistad sincera.

M.R.- Para mí es importante, por eso los busco. En esta travesía del desierto que a veces es el proceso creativo, encontrar “almas gemelas” con las que identificarte casi siempre es interesante. Hay gente a la que escribir le produce verdadero placer. En mi caso, además del placer, hay mucho de dolor, de inseguridad… En otros escritores reconozco esos mismos miedos, y eso alivia. Por lo demás, a los escritores se les supone inteligentes y bebedores, lo que hace que los encuentros puedan resultar totalmente locos y provechosos.

 

F.B.- Primera llamada telefónica de la mañana. Le digo que perdone, que ahora estoy ocupado, que me llame en un rato… Pienso un segundo que quizá no vuelva a llamar nunca y que podía tratarse del cliente soñado… ¿Cuándo llega un poema puede decírsele que espere y vuelva en un rato, o hay que abordarlo de inmediato? ¿Cuántos trabajos u otros menesteres habéis perdido en la vida por subiros al tren de un poema que luego, quizá, jamás leyó nadie?

M.R.- Yo no suelo escribir poemas aislados. Voy cargando “baterías” con apuntes de un par de líneas -apenas una idea-, frases que oigo, cosas que veo… Y en un momento dado siento necesidad de ponerme a escribir poesía… Y es como si cambiara algún “chip” en mi cabeza y todo entonces gira en torno a ella, desde que me levanto hasta que me acuesto. Prácticamente sólo escribo poesía. Es un tiempo muy hermoso ése, un tiempo de orfebres, minucioso y pausado, muy alejado de cuando escribo, por ejemplo una novela o un artículo.

J.L.P.- Alguien dijo una vez que el poema era como una mariposa: o lo coges al vuelo o se escapa. Yo no tengo esa sensación, quizá por las particularidades de mi método de trabajo. Yo dejo que una idea me ronde obsesivamente durante días hasta que me siento a escribir casi de mala gana, con lo que raramente he tenido que dejar algo que tuviera entre manos para hacerlo. Nunca me salen los poemas del tirón sino haciendo borradores y borradores hasta darle forma. Eso sí: enredado en la escritura he dejado de hacer muchas cosas, incluso del trabajo. Lo primero es lo primero y además he tenido jefes muy comprensivos.

 

M.R.- Ayer, leyendo la novela Me llamo rojo de Pamuk, encontré una frase que me pareció hermosísima y que más o menos decía así: “los niños escondían los helados debajo de la almohada para cuando llegara el verano… “Esto, aparte de demostrar una vez más como la poesía se puede esconder en cualquier texto (hasta en uno de matemáticas), me da pie para pediros que escribáis una continuación sugerida por esta frase.

J.L.P.- “Y, milagrosamente, los sacaban enteros, tan fríos y deliciosos como uno podría desear”.

F.B.- “Y esperaban meses enteros a que llegara el verano, rezando tan sólo para que durante ese tiempo no se les cayera algún diente, porque sabían que entonces el goloso Ratón Pérez se lo comería entero… ”

 

J.L.P.- Hace poco presencié en Córdoba una experiencia muy interesante, llamada “Escritores a sueldo”, que consistía en sentar a varios escritores ante un ordenador y que la gente pudiera ir y encargarles cuentos, cartas, poemas o cualquier cosa, al precio de un euro. Algo así como aquellos escribientes de las plazas mexicanas que escribían cartas para los analfabetos (creo incluso que Cantinflas trabajaba de eso en una de sus películas). Naturalmente, esa experiencia, aunque fue exitosa, no podría funcionar como profesión estable, creo yo. Pero ¿qué opináis sobre escribir de encargo? Y me refiero a creación, porque artículos de prensa y cosas así todos podemos hacerlos, más o menos.

F.B.- Ahora mismo estamos escribiendo “de encargo” al responder a estas preguntas, y sin embargo de pronto puede surgir un pensamiento interesante, o una idea sobre la poesía o este oficio que no hubiéramos expresado de la misma forma antes… En fin, si los caminos del señor son inescrutables, los de la poesía la verdad es que no los conoce ni siquiera ese señor… Ni dios, vamos…

M.R.- A mí no me disgusta. Es más, creo que me gusta por cuestión de pereza. Al encargarte que escribas sobre un tema en concreto, han eliminado el a veces fatigoso problema de encontrar “el tema”. Y a veces, dependiendo del encargo, puede llegar a ser un reto personal muy divertido: “Escríbeme un cuento de 1700 caracteres sobre una letra minúscula del abecedario”. Verídico.

 

F.B.- Los vencejos del patio interior a primera hora de la mañana lo han abandonado. Mi alegría del verano ha partido ya rumbo a no sé qué otros juegos en otros patios. Llega el otoño, mi estación preferida, la que más amo, a la que más temo… ¿Cuál es la estación preferida de vuestros poemas, qué trenes la cruzan?

M.R.- Mis poemas yo creo que andan un poco por la vida como si fueran de pueblo y no se fijan mucho en las estaciones climáticas; sí más bien en otro tipo de estaciones, la de los trenes (mucho más hermosas y literarias que la de los autobuses, por cierto)… Y siempre con la terrible sensación a cuestas de los trenes que fuimos -y vamos- dejando escapar definitivamente. O estos otros que cogemos, sabiendo de antemano que no hay billete de vuelta… De esto es de lo que hablan mis poemas, supongo.

J.L.P.- Mi estación también se ha ido pero ya no volverá: se trata de la adolescencia, sobre la que escrito muchos de mis poemas. No la llamaría preferida sino necesaria. He tenido que escribir de ella para curarme, para sobrevivir a tanto deslumbramiento y a tanto dolor. La cruzaron muchos trenes: el amor, el sexo, la amistad, la maravilla, el horror… Fue un paraíso y una enfermedad que me dejó secuelas para siempre. No querría que volviera pero no puedo olvidarla.

 

M.R.- Hay algo que siempre me ha intrigado: saber si la poesía existe por sí misma en la vida o es necesario aprehenderla, como quien pesca, a través del anzuelo de las palabras. Es parecido a aquello de la montaña, ¿existe realmente sin que nadie la haya visto? No sé si me entendéis lo que quiero decir.

J.L.P.- La poesía está en todas las cosas, entendiendo por poesía la capacidad de ver algo desde un punto de vista nuevo, distinto del que da la mirada rutinaria. Unos logran a veces fijar esa mirada y otros no. Y unos cuantos intentan dejar constancia de ella en el papel, con mayor o peor fortuna. Y de esa manera el mundo es nuevo todos los días.

F.B.- La poesía es mirar de otra manera las cosas y expresarlas también de una forma distinta, sabiendo que para dar noticias ya están los periódicos, para hacer tesis los ensayistas, para contar historias los novelistas, para fabricar imágenes los pintores y para pensar los filósofos… Dicho esto ¿Qué es la poesía? Quizá aquella definición tan breve y que sigue siendo la más válida… Poesía eres Tú… Para mí, desde luego, empezar siempre la casa por el tejado e intentar que el edificio resultante, el poema, se sostenga… Un misterio.

 

J.L.P.-¿A qué escritor ya desaparecido, de cualquier época, os hubiera gustado conocer? Y no me refiero sólo a escritor admirado, ojo. Por ejemplo, yo admiro a Rimbaud pero no creo que me hubiera gustado lo más mínimo conocerle personalmente.

F.B.- Me hubiera gustado pasar una noche tirado en un garito de carretera con alguno de los poetas beats, Kerouac, Corso, Ginsberg… También haber conocido a Seifert en Praga, o al menos a aquella sobrina suya que contestó a mi carta varios meses después de morir el poeta… También me hubiera tomado un buen vermut de Reus con Gabriel Ferrater y un vodka a pelo en un parque helado de Moscú con Esenim… Por fin, me hubiera gustado aparecer de pronto en aquella cuneta donde mataron a Federico para arrancarles el fusil a sus asesinos antes de que dispararan a bocajarro contra toda la poesía española…

M.R.- El genio suele ir reñido con la cordialidad y el “buen rollito”. Los escritores que más admiro creo que me resultarían bastante antipáticos como personas. Pienso en Celline, por poner un ejemplo extremo. Pero también Proust o Virginia Wolf. Quizás me citaría con Quevedo, para escucharlo tomando vinos por Madrid

 

F.B.-Escucho ahora al fondo a Leonard Cohen, con esa voz tan rota y sin embargo imprescindible aún, de su último álbum. Recuerdo de pronto que mañana, 21 de septiembre, es su cumpleaños… ¿Qué le diríais, cómo le felicitaríais, qué mensaje enviaríais a este hermano mayor bajo la sábana de cuya voz tanto hemos besado…?

J.L.P.- Le diría que yo no sería el mismo sin canciones como “Stranger’s song”, “Suzanne” o “Famous blue raincoat”. Por tanto, le daría las gracias por existir. Es bastante probable que mientras tú le escuchabas yo también lo estuviera haciendo.

M.R.- Hay otros cantantes de los que te avergüenzas (más que avergonzar: no entiendes) que alguna vez te hayan gustado. Leonard Cohen sigue ahí, como el primer día, con esa insuperable mezcla de tierno-distante que parece conocer lo que hay del “otro lado” y sólo nos lo insinúa para no asustarnos.

 

M.R.- Os llevé a los dos a dar un recital poético a los alumnos del Instituto de Villaviciosa y, en ambos casos, no sólo fue un éxito en el momento del recital, sino que días después seguían llegándome los comentarios o las preguntas de los alumnos… ¿No tenéis la sensación de que la buena poesía tiene algo de hipnótico que amansa a las fieras más rebeldes, y aquellos que reniegan de la poesía (cosa de maricones, de nenas, etc.) y que jamás han leído un sólo poema, luego, sobre todo si lo escuchan (el leer, como el fregar, se va acabar, je, je) se quedan con el corazón abierto?

J.L.P.- Hay a quien no le gusta la poesía simplemente porque no la ha probado: porque se la mató algún mal poeta demasiado pronto o un mal profesor, o por pereza, por desconocimiento, por mil circunstancias… Pero también hay fieras a las que la poesía nunca las amansará, completamente opacas parala literatura. Qué le vamos a hacer. Tampoco a mí me gusta el fútbol.

F.B.- La poesía es rebelarse y revelarse. Lo segundo lo entiende mucha gente. Lo primero lo desconocen. El poeta es un rebelde y cuando los jóvenes por fin lo sienten así, cambian muchas cosas, porque suelen relacionarla con los buenos de la clase, no sé por qué… A ese respecto, es curioso cómo les cambia la visión cuando se enteran que detrás de letras que aman tanto en sus grupos musicales hay un poeta que nunca se acercó a una guitarra, y sin embargo, estaba claro, era ya el dueño de sus seis cuerdas: La vida, el amor, los martes, la chica de la persiana, los trenes que cruzan, el paso del tiempo…

FERNANDO BELTRÁN

(Oviedo, 1956). Con 14 años se traslada a Madrid, ciudad en la que vive actualmente. Además de poeta y nombrador, es profesor del Instituto Europeo de Diseño, especialista en Identidad Corporativa y funda­dor del estudio creativo El Nombre de las Cosas. Creador del Aula de las Metáforas, ubicada en la Biblioteca de Grado. Su obra poética incluye, entre otros títulos, Ojos de Agua (1985), Cerrado por reformas (1988), Gran Vía (1990), Amor ciego (1995), Bar adentro (1997), La semana fantástica (1996) y Trampas para perder (2003), El corazón no muere (2006)y La Amada Invencible (2006), antología de su poética amorosa. Antes, su obra fue recogida en la antología El Hombre de la Calle (2001), y traducida al francés (L Homme de la Rue) en la prestigiosa editorial L’Harmattan.

MIGUEL ROJO

(Zarracín, Tinéu, 1957). Doctor en Biología y profesor de Instituto. Figura destacada de la literatura en asturiano, su nombre aparece entre los primeros escritores del Surdimentu. Su obra combina la narrativa y la poesía, siendo galardonada con numerosos premios literarios. Entre su narrativa destacan los títulos Asina somos nós (1989), Tienes una tristura nos güeyos que me fai mal (1989), Hestories d’un seductor (Memories d’un babayu) (1993), – “best-seller” de la lliteratura asturiana- o el reciente La senda del cometa (2007). Su obra poética incluye títulos como El buscador d’estrel.las (1996), Bilbao: estación terminal (2001), Llaberintos (2006) y Territorios (2007), edición bilingüe que recoge lo esencial de su producción poética.

JOSÉ LUIS PIQUERO

(Mieres, 1967). En la actualidad reside en Islantilla (Huelva). Ha pu­blicado tres libros de poemas: Las ruinas (1989), El buen discípulo (1992) y Monstruos perfectos ( 1997), que resultó finalista del Premio Nacional de la Crítica; todos ellos reunidos en el volumen Au­topsia (2004), con el que obtuvo el Premio Ojo Crí­tico de Radio Nacional de España y el Premio de la Crítica de Asturias. Escribe crítica de libros y arte en distintos medios. En lengua asturiana ha publi­cado traducciones de poesía inglesa del siglo xx. Figura en diversas anto­logías de la poesía española contemporánea y es autor de numerosas ediciones literarias. Ha sido colaborador de La Voz de Astu­rías y, durante nueve años, fue redactor-jefe de Cul­tura del semanario Les Noticies.

 

(Publicado en Biblioasturias07)

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