Mónica Rodríguez, de la energía nuclear a la literatura infantil

“Nunca dejé de escribir”. Ésta es la frase que Mónica Rodríguez (Oviedo, 1969) suele repetir. Desde niña, desde los primeros cuentos hasta la poesía. Licenciada en Ciencias Físicas, hace tres años que pidió una excedencia en el centro de investigaciones en el que trabajaba para poder escribir con tiempo y sin relojes, para empezar un sueño y regresar a la infancia, ese lugar feliz que en cierta forma nunca ha abandonado. Ahora, con 16 libros a sus espaldas (Palabras de Caracola, La sombra del membrillero, Los caminos de Piedelagua…), una heroína propia ( la extravagante Candela) y seis galardones literarios que avalan su carrera, acaba de recibir el XXII Premio Ala Delta por su novela Diente de León.

 

Hubo un tiempo en el que todos los cuentos empezaban por “érase una vez”. Y éste es uno de ellos. Érase una vez una niña que, junto con su hermana, escribía en la cama, clandestinamente, aventuras de Los cinco, rodeadas de la luz de la linterna y el silencio de la casa. Cuando creció se fue a Madrid en 1993 a hacer un máster de Energía Nuclear y desde 1994 hasta el año 2009 estuvo trabajando en el Ciemat, un centro de investigaciones. En octubre de 2009 pidió excedencia para escribir, y nunca ha dejado de hacerlo.

Ésta, de forma resumida, es la historia de Mónica Rodríguez, la escritora asturiana que ha conseguido el premio Ala Delta 2011 con su libro Diente de León.

Aunque las Ciencias Físicas y la literatura parezcan un extraño maridaje, una especie de salto desde la luna al fondo de una mina, para Rodríguez tienen mucho en común. “La física y la literatura, cada una a su manera, tratan de entender el mundo, de responder a las eternas preguntas”, explica la escritora. “La física pretende hacerlo desde la objetividad, desde fuera, y la literatura desde la subjetividad, desde dentro. Quizás mi gusto por ambas se deba a que no entiendo nada de nada”.

La autora de Palabras Caracola siempre había querido escribir, pero nunca había conseguido hacerlo con la cabeza despejada y sin un reloj marcándose la hora. “Cuando vendimos la casa familiar, invertí ese dinero en cumplir un sueño: escribir. De momento, sigo soñando, no sé cuánto durará”. Y este sueño es doble, porque cuando escribe realiza otro: volver al ancho y largo mundo de la infancia. “Un tiempo en el que fui muy plenamente feliz gracias a mi familia” afirma Rodríguez.  “La literatura y los niños son dos mundos que siempre me han fascinado. Inevitablemente se unieron. La mirada nueva de los niños, su potencialidad. Ellos son, además, el futuro”

Ahora también ve la infancia también a través de los ojos de sus hijas, quienes le infuyen al escribir. Sus hijas se han acostumbrado a leer por ellas misma e incluso Lucía, la pequeña, con solo seis años, ya lee sola. “A veces me leen ellas a mí” confiesa la escritora.

Mónica Rodríguez también es la madre literaria de Candela, un personaje con el que ya ha publicado cinco libros (Candela: misión Z, Candela: misión sarcófago, Candela: misión polar, Candela: misión tornillo, Candela: misión parche ). “Candela es un personaje de la ilustradora Mónica Carretero. Yo le propuse que me enseñara alguna ilustración para, a partir de ella, escribir un texto. Mónica me presentó a la superespía o detective o reportera Candela y enseguida me di cuenta de que era divertida y patosa, extravagante y confiada. Pero sobre todo, y esto es lo más importante, comprendí que Candela siempre está de buen humor, de ahí que la suerte le acompañe. No hay nada como fijarse en las cosas buenas de la vida”.

En Diente de León, el libro por el que ha conseguido el premio Ala Delta, logra reunir dos generaciones muy distintas: los niños y los ancianos. Así, en este libro Mónica Rodríguez nos cuenta la historia de Manuel, un jubilado desocupado, se encuentra con Nicolasa en el hospital, donde ella está ingresada de gravedad. A través del contacto de las manos, Manuel recuperará el olvidado “Bosque de la Infancia”, que creía perdido y que amó con fuerza cuando tenía nueve años, y empezará a recordar una dolorosa historia, que jamás ha contado a nadie. “Al manejar dos tiempos, presente, donde el protagonista es un anciano, y pasado, donde el anciano es un niño, los chicos pueden sentirse inicialmente desconcertados” explica la autora. “Cuando se acostumbran, la historia les engancha. Por supuesto, ellos se identifican con el niño. Pero es bonito ver cómo a través de ese pasado-presente descubren las historias que pueden guardar los ancianos y lo importante que es la infancia, esa que ellos están viviendo, en la vida de las personas”.

Los premios nos son nuevos en la trayectoria literaria de Mónica Rodríguez, ya cuenta con seis (XXX Premio Vila d´Ibi de narrativa infantil 2011, XXII Premio Ala Delta 2011, I Premio de literatura infantil Ciudad de Málaga 2010, I Premio de Novela Juvenil Villa de Pozuelo de Alarcón 2007, Premio de la Crítica de Asturias 2007 en la modalidad de Literatura Infantil y Juvenil en castellano, y Premio de poesía del Ayuntamento de Algete 2003) . La escritora ovetense afirma que los premios literarios son un espaldarazo al trabajo diario: “me ayuda a pensar que voy por el buen camino. Lo cual no significa que sin premios no se vaya por el buen camino. También, por supuesto, son una ayuda económica para seguir tirando”.

En la biblioteca personal y interna de Mónica Rodríguez ocupan un lugar destacado como Juan Farias, Roal Dahl, Gabriel García Márquez, J.M.G. Le Clézio, Miguel Delibes, Cormac McCarthy, entre otros muchos. Pero, por encima de todos ellos, hay uno que ha dejado en Rodríguez una huella indeleble: Gonzalo Moure. “Es un escritor de una gran calidad literaria y humana, es el que más me ha influido, no solo por su literatura sino porque él me ha ido acompañando durante todo mi proceso de aprendizaje –lo sigue haciendo todavía, sigo aprendiendo- y no escribiría como escribo si no es por él”.

“Las bibliotecas son grandes promotores de las lecturas, siempre y cuando estén dotadas de material y personal y tengan – algo cada vez más difícil- recursos económicos. La lectura nos ayuda a crecer y ser libres y no comprendo cómo sociedades que se creen avanzadas no invierten más en algo tan esencial para las personas” 

De niña no fue una lectora de bibliotecas, sin embargo ha conseguido serlo de adulta. “Las bibliotecas son grandes promotores de las lecturas, siempre y cuando estén dotadas de material y personal y tengan – algo cada vez más difícil- recursos económicos. La lectura nos ayuda a crecer y ser libres y no comprendo cómo sociedades que se creen avanzadas no invierten más en algo tan esencial para las personas” afirma Rodríguez, que no concibe las bibliotecas sin talleres ni actividades, ya que las considera como partes integradas en el concepto mismo de biblioteca, imprescindibles para que la lectura se impulse y llegue a todos.

La escritora asturiana sabe que hay historias por todas partes, que sólo hay que estar abierto para que vengan a ti. Cuando los niños le preguntan cuál es el libro del que se siente más orgullosa,  suele responder que aquél que todavía no ha escrito, porque está segura de que escribirá algo mucho mejor de lo que tiene hasta ahora.  Podemos decir que a día de hoy Mónica Rodríguez sigue soñando, y que su historia continúa contándose con “érase una vez…”.

 

(9 de junio de 2012)

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Sobre el autor

Red de Bibliotecas Públicas del Pdo. de Asturias