Carmen Menéndez: Un descubrimiento fantástico

(Oviedo) Licenciada en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid, su vida profesional ha transcurrido en el ámbito de la enseñanza, dirigiendo un centro de Educación Infantil del Ayuntamiento de Gijón, y en el ámbito de los Servicios Sociales, en la dirección de diferentes programas, en el citado Ayuntamiento. Ha impartido talleres de escritura creativa y clubs de lectura en bibliotecas de Gijón y Oviedo. Colabora como articulista en el periódico la Nueva España de Gijón.

En 2009 publicó su primera novela Mantis, publicada por Septem Ediciones, sorprendente debut en el panorama literario asturiano. En esta misma editorial publica, en 2011, El corredor vacío y otros relatos, una variada recopilación de relatos.


Un descubrimiento fantástico

La primera redacción que recuerdo le pedí a mi hermana mayor que me la hiciera (me sentía incapaz y ella escribía cuentos muy bonitos que me leía luego), pero algo ocurrió, no sé qué, y llegó la noche anterior a la entrega y no la tenía, me senté en la cocina mientras mi madre preparaba la cena y escribí. Al día siguiente en clase de literatura teníamos que leerlas, al finalizar mi lectura la profesora me dijo tajante: «no la hiciste tú, ¿quién te la hizo?» «La hice yo», respondí. Me puso de rodillas hasta que dijera la verdad y estuve de rodillas toda la mañana. Debí de pensar o sentir o intuir que un encuentro tan brusco con la Literatura no era casual. Y, a partir de entonces, comencé a decir que la asignatura que más me gustaba era la Literatura ( había substituido a las matemáticas), pero no sé qué me gustaba de ella, si las lecturas obligatorias, Becquer, Quevedo…, las redacciones que teníamos como deberes, las biografías de los autores, o quizás eran esas palabras ordenadas de forma mágica que conseguían resultados insospechados, como antes me había asombrado ante los números y las fórmulas que también ordenadas de cierta manera producían también resultados asombrosos, pero en las matemáticas los resultados debían ser unos y no otros, aunque a veces los caminos fueran diversos, pero de cualquier manera establecidos de antemano; en la Literatura el orden de las palabras, la misma elección de las palabras, eran desconocidos, y el resultado, si era válido o no, yo lo sabía, pero no dejaba de ser una valoración mía subjetiva. De todas formas en los libros empecé a descubrir otras cosas: mensajes, ideas, concepciones, opiniones…, todo un mundo diferente que me enseñaba cosas nuevas, me asombraba, o reforzaba aquellas opiniones que de forma incipiente empezaban a configurar mi pensamiento. En los libros inicié la búsqueda adolescente de respuestas a las innumerables preguntas sobre los otros, sobre mí misma: empecé a mezclar mis lecturas: junto a Madame Bovary, Anna Karennina, La Regenta, a hurtadillas, en la biblioteca de  pupitres de madera, El diario de Daniel y El diario de Ana María, tímidos acercamientos al sexo, permitidos; Rabindranath Tagore, Neruda, Erich Fromm, después, un poco más tarde, en Madrid, en la oscuridad de las trastiendas de las librerías, los libros prohibidos, búsqueda de respuestas sociales: El manifiesto comunista, Tesis sobre Feuerbach, Freud, Los diez días que estremecieron al mundo Basaglia, Cooper, Doris Lessing, pero también: Miguel Hernández, Lorca, Celaya, Los Parra; batiburrillo de libros, en todos buceaba, de todos aprendía, pero no eran lecturas para huir de la realidad, no, siempre fueron lecturas para zambullirse en ella, para hacer verdad aquellas cosas que me apasionaban en los libros: los amores, las difíciles empresas, los cambios sociales, para zambullirme como personaje, como personaje protagonista si era posible. Después, cuando la realidad de la ficción no tuvo aquél final deseado, después, cuando el trabajo y las responsabilidades familiares y cotidianas no dejaban demasiado tiempo a pensar, a urdir nuevas tramas, a llevarlas a cabo, por la noche: Patricia Highsmith, Chandler, Hammet Dashiell, Graham Greene, Hemingway…, entonces sí era huir de la realidad, descansar de ella, porque la realidad se había convertido en novela; libros sin títulos ni autor, solo libros. En la intimidad de la noche, en la oscuridad de una lámpara, en el secreto de algo prohibido e íntimo. Y más tarde, en un tiempo ya cercano, cuando, no sé si  la necesidad de llenar un vacío, el fracaso en las empresas más exigentes, o simplemente la curiosidad de descubrir nuevas cosas, me llevaron a jugar con las palabras, la lectura se convirtió en una satisfacción consciente de lo primero que me deslumbró de la Literatura: la ordenación de las palabras, la elección de las mismas, el gusto exquisito de algo hermoso, como una joya o un bonito vestido o la contemplación de un gran cuadro. Y es la magia de las palabras que me transporta a lugares incógnitos, con personajes diferentes, y entonces otra vez: Flaubert, Tolstoi, García Márquez, Juan Rulfo, Onetti, Isaac Bábel, Stendhal, Conrad, Faulkner…, pero de otra manera, sin buscar ya historias ni contenidos, volviendo a la magia de la ordenación de las palabras, de la búsqueda de la mismas, exactamente aquello que en mis años adolescentes y por casualidad me hizo cambiar las matemáticas por la Literatura, y lo mismo que muchos años después en el umbral de la últimas adolescencias me hizo jugar a ser yo misma libro. La literatura como un goce puramente estético aunque no podamos extraernos de las historias, pero siempre expresadas por palabras diferentes a otras, la misma historia contada con palabras mágicas. Esto es para mí la Literatura. La biblioteca de mi vida.

 

(16 de febrero de 2012)

Otros artículos en esta sección...

Compartir

Sobre el autor

Red de Bibliotecas Públicas del Pdo. de Asturias