José Manuel Valdés: librero anticuario, cazador de libros

Entrar en la Librería Anticuaria Valdés es como entrar en la librería en la que Bastian encontró La Historia interminable, en la biblioteca que soñó Borges, en el callejón Diagon del señor Potter, o en aquella habitación atestada de libros de caballerías donde el cura y el barbero hicieron el donoso y grande escrutinio. Un lugar que espera por ti. Un hermoso camarote que sobrevive intacto a un naufragio llevando su carga de libros antiguos, algunos grandes como globos terráqueos, otros pequeños como ese grano de maíz en el que José Martí decía que cabía el universo. Y José Manuel Valdés los rescata, detiene los relojes del tiempo y parece que en la trastienda de la librería ordena a su manera el mundo.

 

Una tarde, caminando por Florencia, Valdés pasó delante del Duomo y los ojos se le fueron un poco más allá, a la librería Gozzini. Estuvo horas allí metido, revolviendo entre los papeles. Con los dedos llenos de polvo levantó la cabeza y se preguntó qué estaba haciendo; se encontraba en una de las ciudades más hermosas del mundo y se había encerrado en una librería. La respuesta que halló en su mente fue: “estoy aquí porque es lo que me da más placer”. Porque para él lo importante es indagar. “Engancha. Es como la caza o la pesca. Una vez que he encontrado los libros, ya tenerlos en mis manos es lo de menos. Lo importante es la búsqueda”.

Valdés, que con veinte años recién cumplidos se fue en moto a Portugal para saludar la esperanza que significó la Revolución de los Claveles, lleva timoneando su librería anticuaria desde 1974. “Fue una casualidad y no tanto” explica este gran conversador, una de esas personas con la que te apetece sentarte alrededor de un fuego. El amor a los libros fue algo constante en su vida. De joven, solía escaparse a una librería anticuaria de Valladolid y regresaba con los brazos cargados. Durante el Servicio Militar conoció a Tino (el actual dueño de la librería Vetusta en Gijón) y entre ambos se trabó esa amistad fuerte que forjan las pasiones compartidas. “En aquella época comenzó en la Feria de Muestras Mercaplana, un zoo en el que había cualquier cosa: exposiciones de pintura, juegos… de todo menos cocodrilos. Por lo tanto, nos preguntamos: ¿por qué no nos ponemos a vender libros de viejo?”. Y la vida viró para este estudiante de Magisterio. Empezaron a comprar libros, encontraron un local que se alquilaba en la zona oscura de Oviedo y, más tarde, Tino se establecería en Gijón. Se convirtieron así en dragones, esos seres mitológicos que se encargan de guardar los tesoros.

Engancha. Es como la caza o la pesca. Una vez que he encontrado los libros tenerlos en mis manos es lo de menos. Lo importante es la búsqueda”

Pero más que Jorge de Burgos, el monje ciego que cuidaba celosamente la biblioteca de la abadía en El nombre de la rosa, Valdés es una especie de Holmes quijotesco que indaga en casas, estanterías, cajas, colecciones y anticuarios. Un detective de libros que siempre busca. “La gente me pide un libro y yo, eso sí, les ofrezco la información. No me gustan los encargos. Soy cazador y salgo a buscar. Tampoco me gusta ofrecer, llamar a la gente para decirles si le puede interesar lo que tengo. Si vas a ellos te tratan con desdén. Prefiero que vengan a mi casa y les trato de maravilla”.

 

Bibliotecas, radiografías del mundo

Carlos Ruiz Zafón describía el “Cementerio de los Libros Olvidados” como un laberinto de corredores y estanterías que ascendía desde la base hasta la cúspide, dibujando una colmena tramada de túneles, escalinatas, plataformas y puentes que dejaba adivinar una gigantesca biblioteca de arquitectura imposible en la que te podías encontrar cualquier libro que se había perdido en el tiempo. Pero estos lugares realmente no existen más que en la fantasía de escritores y lectores. Los libros, como las personas, están colocados por pisos, por clases, por estratos sociales. “El mundo está muy mal repartido” explica Valdés. “Los libros buenos están en las casas buenas, junto a los buenos muebles antiguos. La cultura solo estaba al alcance de los ricos y se encontraba en las grandes casonas”. Por eso, encontrarse con un tesoro literario envuelto en una bata debajo del somier de un viejo carbonero si no es imposible, al menos sí que es improbable, raro como los unicornios o los basiliscos, y casi exclusivamente reservado para la imaginación voladora.

“No me gusta comprar a gente que tenga que vender por necesidad, hacer negocios con los que están pasando hambre. No somos vendedores a domicilio”. Actuar siempre con máxima honradez y discreción son dos virtudes sin las cuales, según Valdés, nadie puede llamarse librero de viejo. Su Librería Anticuaria compra permanente libros antiguos y modernos, grandes y pequeñas bibliotecas, mapas, grabados, postales, documentos y archivos. Se desplazan, cuando es necesario, por todo el país, incluso al extranjero. A mí me llaman, voy, miro si tiene interés lo que hay y, en ese caso, compro. Lo que tampoco hago es subir el precio; si alguien no compró un libro en veinte años, sigue costando lo mismo que en ese tiempo” dice el Valdés, y los ojos se le llenan de luces cuando explica la sensación de meterse en una casa que no ha sido abierta en cincuenta años, esa ilusión de explorar lo desconocido y prepararse para lo fantástico. Algo parecido a lo que debieron sentir los primeros que descubrieron las pinturas de las cavernas o Howard Carter cuando entró en la tumba de Tutankamón; esa emoción por la búsqueda de la que siempre habla el librero.

Valdés afirma que las bibliotecas personales son como el algodón, nunca engañan. Suponen una radiografía completa de su propietario en la que se le ven los gustos y las entrañas. “Sé de antemano lo que voy a encontrar en una biblioteca, por el interés, el ambiente, la inteligencia; viendo los libros sabes qué es lo que le gusta al dueño, notas cómo piensa. Las bibliotecas muestran nuestra personalidad y nunca mienten. El propietario te puede decir que sabe mucho inglés, pero no tiene ningún libro en inglés; que ha viajado mucho, pero no tiene ninguna guía de viajes…”

viendo los libros sabes qué es lo que le gusta al dueño, notas cómo piensa. Las bibliotecas muestran nuestra personalidad y nunca mienten”

Valdés era un hombre a una maleta pegado. Ahora sus viajes ya no son tan frecuentes. Se desplazaba, sobre todo, por Francia, Portugal incluso Sudamérica. Castilla también se convirtió en un territorio mágico para la búsqueda de libros. Valdés solía ir a Palencia y alquilaba los servicios de un taxista que también era anticuario. Le pagaba cinco mil pesetas y toda la comida de la semana. Los dos iban durante siete días recorriendo rincones, buscando pequeños tesoros; uno antigüedades y el otro papeles. Un día revisaba los libros que un hombre tenía en una caja de fruta. “Estaban mal conservados y tenían una pinta deplorable” explica Valdés. El librero cogió uno que no tenía ni principio ni fin, pero se fijó en la tipografía, fue a buscar en el colofón (la anotación al final de los libros que indica el nombre del impresor y el lugar y fecha de la impresión)… y ahí estaba. Siglo XV. El primer incunable que Valdés encontró en su vida. “Fue tal la emoción que no podía hablar, se me hizo un nudo en la garganta”.

El primer incunable que encontró lo dejó sin habla. Luego, explica, lo vas viendo todo con más calma. “Vale más un buen libro que un mal incunable“. Alguno de esos libros valiosos a los que se refiere el librero son los de poesía de la generación del 27 y la del 56, tratados de arte, libros con grabados. Por supuesto, las primeras ediciones. Y si están dedicados por su autor, añaden aún más valor. También son muy cotizados los libros que pertenecieron a distintas personalidades y subrayaron en ellos o hicieron en sus páginas pequeñas anotaciones. “Soy un enemigo de que se subrayen los libros. Así que si los vas a subrayar, ¡luego hazte famoso!” ríe Valdés.

El dueño de esta librería anticuaria de Oviedo también vende a instituciones y bibliotecas, aunque estas ventas le dejan un sabor agridulce. “Vender a sitios oficiales tiene una doble vertiente: puedes estar seguro de que van a ser conservados y le llegan a mucha gente, pero lo primero que hacen es ponerle cuñas y estropearlos. Además, digamos, ahí los libros se quedan prisioneros. En una biblioteca particular vuelven a salir y cumplir su ciclo”.

Rodearse de libros que te hablen

Los tiempos malos son para todos y también para los libreros. Valdés explica que vende sobre todo para fuera, y vive básicamente de internet. Y en esto no influye únicamente la crisis económica, sino también el cambio de soportes. “Antes el contenido y el continente eran inseparables. Ahora, con el importante hito de lo digital, todo ha cambiado. Mi vecino Gustavo Bueno me enseñó un CD con todos los textos escritos en griego clásico que se conocían hasta el siglo XVI. De repente, un estudiante lo tiene todo con hacer un click. Antes, el que tenía estos libros, tenía el poder. Ahora lo que hay que tener es cabeza. Hoy en día puedes tener los mismos textos en Mieres que los que tienes en la Universidad de Cambridge. Lo que no tienes, por ejemplo, son los mismos profesores”.

Antes el contenido y el continente eran inseparables. Ahora, con el importante hito de lo digital, todo ha cambiado”

Valdés confiesa que hubo un tiempo en el que vivía tan rodeado de libros en su casa que no podía ni andar. Pero eso ya se acabó (aunque desde luego, no en su librería, un lugar atiborrado de prodigios) “A mis amigos les recomiendo que no acumulen libros en casa. Que no coleccionen, porque de cada libro bueno, hay infinidad de morralla. ¿Qué sentido tiene guardar cien novelas que ya has leído? Hay que rodearse de libros, pero de aquellos que te digan algo. Compra porque te haga feliz”dice Valdés, quien añade que de sus libros de poesía nunca se desharía, como los de Claudio Rodríguez, porque jamás se cansa de leerlos. Valdés, este cazatesoros, este detective, este viajero, este gran conversador, este acumulador de historias, este rescatador de olvidos, este escrutador de bibliotecas, este revolvedor de mapas y documentos, este hombre con la vista preparada para descubrir lo maravilloso, este librero de viejo.

(3 de noviembre de 2012)

 

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Sobre el autor

Red de Bibliotecas Públicas del Pdo. de Asturias