Julián Ayesta o el mar del verano

El dulce de guinda brillaba rojísimo entre las avispas amarillas y negras y el viento removía las ramas de los robles y las manchas del sol corrían sobre el musgo“. De esta forma comienza Helena o el mar del verano, la única novela de Julián Ayesta (Gijón, 1919-1996). La editorial Ínsula la publicó por primera vez en 1952, y ya por entonces un pequeños grupo de entusiastas lectores la consideró una de las obras más extraordinarias de la narrativa española de posguerra. Desde entonces, Helena o el mar del verano ha continuado creciendo, misteriosa y silenciosa, como una joya oculta, como uno de esos secretos bien guardados que se van susurrando los lectores. Tras su publicación fue reeditada en numerosas ocasiones y lejos ha estado de caer en el olvido: por Ediciones Arión, 1958; Seix Barral, 1974; Sirmio, 1987; Planeta, 1996; y  Acantilado, 2000. Actualmente, Acantilado va por la octavo edición de Helena o el mar del verano, todo un hito en este tiempo y más teniendo en cuenta que hablamos de un libro escrito hace más de 60 años y que es la única novela de su autor. Además, ha sido traducida sucesivamente al francés (1992), al alemán (2004), al griego (2005), al holandés (2006), al inglés (2008) y al italiano (2009). María José Obiol la definió como uno de los diez libros más importantes de la narrativa española del siglo XX, para Gregorio Morán es uno de los libros más hermosos de la literatura de la posguerra y Miguel Munárriz la seleccionó como la mejor novela escrita por un autor asturiano. Sin duda, Helena o el mar del verano se ha convertido en lo que se suele llamar una obra de culto.

Esta novela corta trata el descubrimiento del amor en la juventud y se sitúa en Gijón poco antes de que comience la Guerra Civil. Pero, ¿qué tiene esta novela de apenas 90 páginas que podría parecer un mero aunque virtuoso ejercicio de nostalgia por parte de un escritor aficionado,  ya que Ayesta no volvió a escribir otra novela, para ocupar un lugar de excepción en la narrativa del siglo XX? Puede que el llenarse de una nostalgia apacible y soñadora, de unas frases precisas que evocan el paraíso perdido, una prosa impresionista y un exquisito lirismo. Puede que el hecho de que Ayesta nos haga comprender que la plenitud no puede ser otra cosa que un día de playa, una comida o un reencuentro familiar, o una guerra de almohadones, pero también el redescubrimiento del amor en el verano después de un invierno de pecados, dudas y tentaciones. Aunque puede que la única forma de saber por qué es tan prodigiosa esta novela sea leyéndola, ya que en cualquier otra explicación que se pudiera dar, hay una suerte de magia que se pierde.

Helena o el mar del verano no ha caído en el olvido, pero sí su autor, al que casi nunca se le suele citar en la larga lista de ínclitos escritores asturianos. ¿Quién era Julián Ayesta y por qué nunca volvió a escribir una novela?

Julián Ayesta Prendes  nació en Gijón en 1919. Como casi todos los niños de Somió, Ayesta recibió la primera educación colegial de mano de los jesuitas. Posteriormente, ya en el instituto, tuvo el raro privilegio de tener como profesor a Gerardo Diego. En 1934, cuando contaba quince años, tuvo lugar un acontecimiento político que resultó ser el punto de inflexión que marcaría un nuevo rumbo en su vida: la Revolución de Asturias. Tal vez como consecuencia de ello, Julián Ayesta se afilió a la Falange. Años después explicaría que eso era lo que “tenía emoción”, porque “entonces lo que estaba de moda era ser de la Falange, porque estaban gobernando las izquierdas y porque era como ser europeístas, partidarios de un Estado fuerte y más bien anticlerical”. Ayesta militó en el falangismo, pero con los años experimentó una evolución similar a la de su amigo Dionisio Ridruejo, con el que conspiraría para encontrar espacios de oposición democrática a la dictadura.

Se marchó a Madrid a estudiar Filosofía y Letras y en aquella época no sólo entabló  relación con el grupo del Teatro Universitario Español (TEU), sino que Ayesta también se convirtió en asiduo del Café Gijón y su enjambre de literatos y tertulias (años más tarde, cada vez que pasaba por Madrid acudía religiosamente al local). Así recreó Francisco Umbral la figura de Ayesta en su libro La noche que llegué al Café Gijón:Más tarde Julián Ayesta empezaría a hacer periodismo, venido ya a Madrid, con cierta audacia política que le llevó a tener disgustos como periodista y como diplomático. Me parece que volvió a desaparecer, pues éste era el destino errabundo de muchas estrellas del Gijón, y concretamente de los diplomáticos, que cuando además son escritores, pasan por la literatura como lunas intermitentes y cosmopolitas“. Porque, efectivamente, tras la muerte de su padre, en 1942, Ayesta se replanteó su futuro y se matriculó en Derecho, y en 1947 apostó por la carrera diplomática, a la que dedicaría su vida. “Me hice diplomático porque en aquellos tiempos era la única forma de salir de España, pagado, claro está” confesaría más tarde. En 1949 le llegó su primer destino: Bogotá. Y a partir de ahí ocupó diversos cargos en distintas legaciones en Beirut, Ámsterdam (el lugar en el que Ayesta confesó haber sido más feliz), Viena y la antigua Yugoslavia en la que fue Embajador de España (el único embajador español, puesto que antes no existían relaciones diplomáticas y después se deshizo el Estado yugoslavo)

Aunque la única novela que escribió fue Helena o el mar del verano, sí escribió diversas obras de teatro, tales como Simplemente así (1943), El tímido Serafín (1943), La ciudad lejana (1944) y El fusilamiento de los zares (1961), entre otras. Póstumamente se han publicado dos libros con textos suyos: Cuentos (Pre-Textos, 2001) y Dibujos y poemas (Trotta, 2003). Una selección de sus relatos han sido recogidos en la Antología del cuento de postguerra, de medardo Fraile (Madrid, 1994) y en la Antología de cuentistas españoles, de Francisco García Pavón (Madrid, 1984).

Después de haber recorrido medio mundo, decidió jubilarse en el mismo lugar en el que nació: en Somió. Allí pasaba una vida tranquila en su casa, con su loro de colores, bajando a la villa en bicicleta, paseando por la playa, no tomando alcohol hasta que el sol no se pusiera y tocando el piano a cuatro manos con su segunda esposa, cuyo nombre era precisamente Elena. Decía que quería recuperar algo de su niñez, que le quedaba por escribir un resumen nada margo de su vida.

En 1986, en una entrevista que concedió a la periodista Cuca Alonso, Ayesta confesaba: “Soy un escritor un poco vago. Lo paso muy bien disfrutando de la luz, de los árboles, de las cosas de la vida. Si puedo, vivo con placer, pero la transmisión urbi et orbi de mis sensaciones no la considero imprescindible. Están las librerías llenas de gente que lo hace. Ahora es diferente, estoy jubilado y, después de organizar la casa, el jardín, reuniré un montón de cosas… Puedo hacer una obra entera, porque, como el autor soy yo, todo posee unidad. Tengo alguna propuesta. (…) Durante la época de diplomático decidí no publicar, porque creo que son tareas incompatibles. Un diplomático escritor es algo contra natura. Cuando escribes, estás un poco en trance, y ese trance dura horas, o todo el día, y eso es fatal para la diplomacia. Hombre, si se escribe historia o un poema de vez en cuando… Alexis Leger era diplomático y poeta; le dieron el Premio Nobel. Graham Greene y otros eran gente del servicio auxiliar o del Intelligence Service, no de carrera. Ahora sí publicaré y me apetece escribir“.

Sin embargo, Julián Ayesta murió diez años después, en 1996, sin llegar a publicar aquella historia de su vida y su niñez de la que hablaba, pero rodeado de sus recuerdos, en la casa en la que había nacido. Casi podríamos decir que sus últimos años fueron precisamente como el final de  Helena o el mar del verano: “y todo era como un gran arco y nosotros lo íbamos pasando y al otro lado estaba nuestro mundo y nuestro tiempo y nuestro sol y nuestra luz y nuestra noche y estrellas y montes y pájaros y siempre…“.

 (3 de julio de 2015)

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Sobre el autor

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