Seamus Heaney y la Biblioteca de Salinas. La historia de amor entre un Nobel y una biblioteca de pueblo.

Recibió los más importantes reconocimientos en vida y a su funeral acudieron importantes personalidades como el presidente irlandés, Michael Higgins; el poeta Michael Longley; el músico Paul Brady, o los integrantes del grupo U2 al completo, además de familiares y numerosos amigos. Y es que el escritor Seamus Heaney fue en todo el mundo tan querido como respetado. Visitante habitual de Asturias, a la que están vinculados algunos miembros de su familia, era aclamado por una multitud en su última estancia el pasado mes de abril, con motivo de su participación en el Ciclo de Palabra del Centro Niemeyer de Avilés.

Aquel mismo día, lejos del foco mediático, el premio Nobel de Literatura recibía el más sencillo y emotivo de los tributos en la Biblioteca Pública de Salinas, tras presentarse por sorpresa al acto en su homenaje que le habían preparado. Una velada inolvidable que han querido compartir con nosotros, en cuyas imágenes podremos sentir la emoción de la peculiar historia de amor entre un premio Nobel y una biblioteca de pueblo. Hoy, Heaney ha pasado a ser su eterno padrino de honor.

 

El humilde premio Nobel

Quienes le trataron a lo largo de su vida, desde el ámbito y la circunstancia que fuese, siempre destacaron su modestia, su humildad, su simpatía y su generosidad. Tanto es así que, aquellos que le viesen pasear por Salinas a lo largo de los treinta años en que asiduamente visitó la localidad, posiblemente no imaginaban que estaban cruzándose con el mejor embajador de Irlanda y su mayor figura literaria desde William Butler Yeats. Con todo un premio Nobel de Literatura que dejó escritos una decena de poemarios, ensayos e incluso una obra de teatro; que había impartido clases  magistrales en prestigiosas universidades como las de Berkeley, Harvard u Oxford; y recibido los más altos reconocimientos, como el Premio de la Academia irlandesa de las letras y el Premio Bennett, además de haber sido galardonado como doctor honoris causa en la Queen’s University de Belfast, donde había cursado sus estudios universitarios.

Pero es que Seamus Heaney (1939-2013) nunca dejó de ser el primogénito de los ocho hijos de una familia católica que nació en una granja próxima a Derry, en Irlanda del Norte, viendo cómo su padre y su abuelo trabajaban la tierra con una pala heredada de sus antepasados. Una herramienta que él sustituiría por la pluma, tal y como plasmó en el maravilloso poema titulado Digging con que abría en 1966 el poemario Death of a Naturalist:

Humilde, próximo y vital, Seamus Heaney disfrutó del más sencillo de los homenajes como el más grande de los tributos

DIGGING (CAVANDO)
 
Entre el pulgar y el índice
la regordeta pluma se acomoda; confortable cual arma.
 
Y bajo mi ventana, el limpio y áspero sonido
cuando la pala se hunde en el suelo arenisco:
mi padre está cavando. Lo miro desde arriba
 
hasta que su costado que se esfuerza por entre los macizos de flores
se dobla, y se levanta veinte años atrás
agachándose al ritmo de surcos de patatas
donde estaba cavando.
 
La tosca bota se acunaba en la pala, el mango,
rozando con la pierna, se levantaba con firmeza.
Él arrancaba los brotes altos, y enterraba muy hondo aquel brillante filo
para desparramar patatas nuevas que nosotros cogíamos
encantados con su fresca dureza en nuestras manos.
 
¡Dios mío, y cómo manejaba el viejo aquella pala!
Exactamente igual que lo había hecho su padre.
 
Mi abuelo cortaba más turba en un día
que ningún otro en la turbera de Toner.
Una vez le llevé leche en una botella
con un descuidado tapón de papel. Se enderezó
para beberla; luego se inclinó de nuevo a la tarea
cortando y rebanando con esmero, arrojando terrones
por encima del hombro, ahondando más y más
en busca de la turba buena. Cavando.
 
El olor frío del mantillo, el chapoteo y el golpe
de la turba empapada, los secos cortes del filo
atravesando las raíces vivas despiertan en mi cabeza.
Yo no tengo una pala con que seguir a hombres como ellos.
 
Entre el pulgar y el índice
la regordeta pluma se acomoda.
Yo cavaré con ella.

 

Estos versos son una auténtica poética y definen a la perfección al irlandés que cavó prodigiosamente a lo largo de su vida, hasta el punto de recibir el mayor galardón al que puede optar un escritor: el Premio Nobel de Literatura, que agradeció en 1995 con un discurso en el demostró su elevada categoría intelectual y humana: “La forma del poema es crucial, pues sin ella, no se logra el efecto que siempre es y será el mérito de la poesía: el poder de persuadir a esa parte vulnerable de nuestra conciencia de su rectitud, a pesar de la evidencia del espacio errático que la rodea; el poder de recordarnos que somos cazadores y recolectores de valores; que nuestras soledades y angustias deben ser respetadas, en cuanto también representan una confirmación de nuestra existencia como seres humanos verdaderos”.

No es de extrañar que ante su figura se rindiesen multitudes, que lo admiraban y respetaban tanto por su legado literario como por sus valores de ciudadano comprometido con un idioma y una tradición; defensa y empatía que hizo extensible a otras culturas minorizadas. Y, por esa razón, los homenajes y recitales se sucedieron en diferentes lugares del mundo hasta su repentino fallecimiento el pasado 30 de agosto.

No es de extrañar que ante su figura se rindiesen multitudes, que lo admiraban y respetaban tanto por su legado literario como por sus valores de ciudadano comprometido con un idioma y una tradición

Apenas unos meses antes, Heaney volvía a Asturias para recitar sus versos ante el numeroso público congregado en el Centro Niemeyer de Avilés. Y de nuevo entusiasmaba a sus seguidores en aquel acto del Ciclo de Palabra escogiendo para la lectura estos Cantares de Asturias:

1
Y luego, a media noche, cuando empezamos a descender
Hacia el ardiente valle de Gijón,
Hacia sus negros y carmesíes, in media res,
Era como si mi propia cara ardiera otra vez
Ante el labio aventado y la boca carmesí
Del montón de periódicos al que prendimos fuego
Una tarde de viento, papeles que volaban
En atadillos de llamas, diminutos brulotes por el aire
Que amenazaban el techo de paja de la casa y los almiares:
Porque casi nos asustó el épico crepitar
De aquellas ardientes fundiciones y hornos
En los que el turno de noche trabajaba en lo suyo
Y perdimos toda esperanza de entender el mapa
Y aceleramos maldiciendo la pésima carretera.
 
2
La mañana siguiente, camino de Piedras Blancas,
Me sentí como ánima por la cual alguien rezara.
Vi hombres con guadañas cortando los rastrojos,
Riqueza de colmenas, una bocamina y una ermita,
Cuévanos llenos de oro de maíz.
Era yo un peregrino nuevo en aquella escena
En la que entraba sin embargo como en terreno familiar,
El Gaeltacht, pongamos, en 1950,
Cuando me saludaban, aunque poco les importaba
A las familias que trabajaban en los campos junto a la carretera
Que me miraban y movían la mano desde su otro mundo,
Como era costumbre cerca de Piedras Blancas.
 
3
En San Juan de las Arenas
Un deslumbrante día de corpus.
Dos ríos seguían su curso bajo el sol.
Incisión de los cauces sobre los llanos arenales.
El mar estaba en calma y deslumbraba más allá de los bajíos.
Por la tarde, gaviotas in excelsis
Subían y bajaban por el aire como monaguillos
Con sus quiebros rápidos y velas y respuestas
En la solemne penumbra catedralicia llena de ecos
De la lejana Compostela, stela, stela.

 

Al escucharle, nadie imaginaba entonces que esta sería su última visita. Pero tampoco que Seamus Heaney recibiría en aquellos días, en la pequeña biblioteca de Salinas, el más emotivo de los tributos.

 

Honrado Salinero de Honor

Su relación con este centro remite al curso pasado cuando, desde esta biblioteca pública castrillonense, deciden poner en marcha el proyecto Salinas, un pueblo de cuento. Una iniciativa con la que se pretendía fomentar la lectura infantil a partir del desarrollo de un gran relato ambientado en esta localidad, en que se iban sucediendo numerosas aventuras protagonizadas por distintos personajes, a través de los cuales los participantes iban conociendo algunos de los lugares más emblemáticos del concejo de Castrillón.

Alentados por este propósito, y llevados por “la inconsciencia de un niño”, tal y como lo define Rosa Rubio, responsable de esta biblioteca, decidieron crear también un apartado para algunas personas de relevancia social vinculados con Salinas, entre los que no podía faltar el premio Nobel. Así, le hicieron llegar a Irlanda toda la documentación de su proyecto, acto que no solo agradeció, aceptando apadrinar la inciativa como Salinero de Honor, sino que remitió el siguiente texto dedicado a sus participantes:

En el siglo XIX, en una pequeña escuela de la campiña irlandesa, un maestro de escuela introduce a sus alumnos en el conocimiento del alfabeto estableciendo una relación entre las letras y las cosas que a los chicos les resultan familiares. Así, la letra A es como las vigas de una casa; la B, un par de gafas; la C como la luna nueva; la D, un arco sin flecha, etcétera.

En el siglo XXI, en la villa de Salinas, es realmente alentador encontrar un esfuerzo similar para introducir a los jóvenes en la palabra escrita, sus alegrías y beneficios, y el poder que tiene para enriquecer su imaginación y educación.

La lectura en edades tempranas proporciona recuerdos que permanecerán con nosotros toda nuestra vida; puede también consolidar la lectura como un hábito de vida, y hacer de los libros un lugar donde podemos, con igual beneficio, perdernos o encontrarnos.

Los mejores deseos para este trabajo. 

La generosidad de Seamus Heaney, quien una vez más demostró su cercanía, significó toda una inyección de energía para la biblioteca, la cual siguió remitiendo puntualmente toda la documentación con el desarrollo de las actividades al irlandés. Y que volvería a verse recompensada en este tiempo con una visita de la esposa de Heaney, quien quiso saludar personalmente a Rosa Rubio, así como conocer las instalaciones bibliotecarias.

 

Emocionado ante el más sencillo de los homenajes

la mayor sorpresa para los organizadores fue cuando, veinte minutos antes de comenzar la función, vieron entrar por el patio al propio Seamus Heaney

Más tarde llegaría el anuncio de la participación de Seamus Heaney en el Ciclo de Palabra del Centro Niemeyer de Avilés, lo que motivó que desde la biblioteca considerasen que “era el momento de hacer una gala especial en su honor”, organizando una exposición sobre su figura y su obra, así como una charla en que una madre explicó a los niños quién era este autor así como las tradiciones y leyendas de su Irlanda natal. Una actividad que los más pequeños retrataron en una entrañable colección de dibujos que servirían de preámbulo a una gala inspirada por la idea de que “la poesía está en el aire”.

La modestia y la humildad de los promotores de este homenaje hizo que en ningún momento se planteasen invitar a Heaney a aquel cariñoso acto, para el que confeccionaron una escenografía inspirada en la cultura de Irlanda, por la que desfilarían todos los personajes de su Salinas, un pueblo de cuento, los cuales, “imbuidos por la figura de Heaney, se ponían a declamar poemas”. De ahí la máxima sorpresa para sus organizadores cuando, veinte minutos antes de comenzar la función, vieron entrar por el patio al propio Seamus Heaney acompañado por sus familiares. “Desde su llegada no dejó de sonreír, abrazar y saludar a todo el mundo, transmitiendo una familiaridad muy especial”, comenta Rubio quien, ante la sorpresiva visita, imprimió un guión de la obra traducido al inglés para que el escritor pudiese seguir su desarrollo.

Lejos de los focos mediáticos, e inmortalizado únicamente por los medios de la biblioteca de Salinas y de los padres presentes en la gala, Seamus Heaney rió, se emocionó e incluso salió al escenario de la mano de una niña para bailar y cantar con todos, antes de tomar el micrófono para agradecer el mayor de los homenajes: “Comentó que nunca habría imaginado que en un pueblo tan pequeño, con una biblioteca tan pequeña, se pudiera concitar tanta gente alrededor del libro. Y aseguró estar muy feliz”.

 

Humilde, próximo y vital, Seamus Heaney disfrutó del más sencillo de los homenajes como el más grande de los tributos, algo que para la pequeña biblioteca de Salinas es el “mayor reconocimiento al trabajo” por parte de una de las figuras más importantes de la literatura contemporánea. Un poeta al que han declarado eterno Salinero de Honor, y que siempre permanecerá en su recuerdo por el cariño horadado desde su brillante pluma y su elevada categoría humana. Por ello, este viernes 27, a las 19.00 horas, van a volver a homenajearle en una despedida en que los niños, así como el sonido de sus queridas gaitas irlandesas, van a ser los protagonistas. Un acto no corporativo, sino realizado a título personal por los padres y madres colaboradores de la biblioteca. Emotivo y sencillo, como él era y como él querría.

 

(25 de septiembre de 2013)

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Sobre el autor

Red de Bibliotecas Públicas del Pdo. de Asturias