Cómo ayudar a su hijo a aprender a leer

El Médico Pediatra Venancio Martínez ha sido el Padrino Lector 2011 de la actividad Apadrinando Lectores, de la Biblioteca de Coaña. Ha colaborado también con el proyecto Nacer Leyendo, de esta misma biblioteca, mediante la redacción de una guía con sencillas pautas para fomentar hábitos lectores que la biblioteca entrega a las familias de cada recién nacido, junto con un lote de libros y el carné de biblioteca.

Este artículo refleja el contenido de esa guía, complementado por una serie de reflexiones del propio pediatra sobre la influencia que los medios de comunicación, sobre todo la televisión, pueden tener en la formación del niño. Es, ante todo, una invitación a la participación activa en la educación de los hijos.

 

Usted también puede ayudar a su hijo a convertirse en un buen lector. Aprender a leer requiere mucha práctica, mucha más práctica de la que los niños tienen durante el día en la escuela.

Aprender a leer es una tarea difícil para los niños. El aprender a leer bien implica el desarrollo de habilidades importantes.

Colabore en el aprendizaje del habla, de la lectura y de la escritura, haciendo del hogar una extensión del colegio, exclusivamente en este tema, ya que en todos los demás temas de educación, lo principal es la familia.

• Leyendo varias veces los libros conocidos. Los niños necesitan practicar la lectura con comodidad y deben leer con expresión los libros que ya conocen.
• Fomentando la precisión de la lectura. Mientras su hijo lee en voz alta, señálele las palabras mal leídas y ayúdele a leerlas correctamente. Si usted interrumpe la lectura para concentrarse en una palabra, haga que su hijo lea nuevamente toda la oración para asegurarse de que entiende el significado de lo que lee.
• Mejorando la comprensión de la lectura. Hable con su hijo acerca de lo que está leyendo. Hágale preguntas sobre las palabras nuevas y sobre lo que ha pasado en el cuento. Hágale preguntas sobre los personajes, lugares y acontecimientos. Pregúntele qué aprendió en el libro que acaba de leer. Anime a su hijo a que lea por su propia cuenta.

 

Convierta la lectura en una actividad de cada día

• Converse con su hijo durante las comidas y en otros ratos que estén juntos. Los niños aprenden palabras más fácilmente cuando las oyen frecuentemente. Aproveche toda oportunidad para presentarle palabras nuevas e interesantes.
• Lean juntos todos los días. Dedique tiempo para contar cuentos, hablar de fotografías y aprender palabras.
• Sea el mejor defensor de su hijo. Manténgase informado sobre el progreso de su hijo en la lectura. Pregúntele al maestro en qué forma puede usted ayudar a su hijo.
• Conviértase en lector y escritor. Los niños aprenden las costumbres de las personas que los rodean.
• Vaya a la biblioteca con frecuencia. La biblioteca tiene actividades para toda la familia, cuentacuentos, servicio de internet, ayuda con las tareas y otros eventos para el disfrute de toda la familia.

 

Medios de comunicación

Los adelantos tecnológicos de las últimas décadas han dado lugar a un desarrollo tal de los medios de comunicación que nuestra sociedad ha venido en denominarse como “sociedad mediática” o “de la información y comunicación”. Su vigorosa y arrolladora presencia en nuestras vidas los ha constituido en un nuevo agente de enseñanza y educación.

Estamos plantados en la edad de la información. No de la comunicación, como a veces se suele afirmar con evidente perversión de los significados. Estamos en la era de la información y, si acaso, de la presencia omnímoda en nuestras vidas de los medios de comunicación. La información –acopio de datos concretos, fragmentarios, limitados de la realidad- nos rodea y crece de manera espectacular, como el bicho de Kafka, y deviene en un barullo de seudoconocimiento, en estéril ruido de fondo, en ganga del pensamiento. Debemos procurar la transición de la actual sociedad de la información a la sociedad de la cultura y el conocimiento. Gustav Thibon (en La información contra la cultura) nos dice que la información actúa en sentido contrario a las exigencias de la cultura, refiriendo como razones de sus enunciados: su anonimato (se dirige a todo el mundo y a nadie, ignora el diálogo), su carácter masivo (el número de informaciones hace imposible su asimilación, lo que da lugar a confusión) y la ausencia de selección y jerarquía entre los acontecimientos que transmite. La información tiene sentido cuando el receptor juzga y es capaz de discernir lo verdadero de lo falso, la realidad de la ilusión. Es necesario fomentar un modelo de educación que haga a los niños receptores críticos de los medios de comunicación, que se promueva un esfuerzo para la educación de la conciencia, que le permita valorar y ordenar libremente los datos que le llegan de la información.

“Un niño de hoy, se ha dicho, recibe más información que la que podía obtener un monje del siglo XII en toda su vida.”

Un niño de hoy, se ha dicho, recibe más información que la que podía obtener un monje del siglo XII en toda su vida. Se ha estimado que dedicamos alrededor de un 20% de la vida a los medios de comunicación (VAUCHERET 2000). Parece existir una relación inversa entre la cantidad de información que recibimos y lo que de verdad sabemos. La separación de la información de su contexto, tal como sistemáticamente ocurre en los medios de comunicación, es una forma de engaño, en el sentido de no ser reflejo fiel de lo que de verdad ocurre. A través de imágenes sin contexto creemos saber lo que pasa sin saberlo realmente. Esto nos hace que vivamos no en la realidad, sino en la “hiperrealidad”.

“La televisión es una herramienta poderosísima para la manipulación psicológica, para modificar hábitos, para imponer modelos de comportamiento y estilos culturales.”

La televisión, la gran conformadora de la conciencia infantil, se sitúa en el ojo del huracán de este tipo de consideraciones. No es un instrumento perverso en sí mismo. La televisión es una maravillosa realización humana, un ejemplo de las mejores potencias de su capacidad creadora. Su poder educador podría ser de primera magnitud: como medio con posibilidad para comunicar ideas, para difundir cultura o como instrumento de evasión, son innegables y admirables. Pero su presencia en la mayoría de los hogares del mundo la hace una herramienta difícilmente rechazable –un bien deseable- para promover y defender intereses particulares o generales más o menos criticables, deseables y aceptables. Junto a su difusión universal, otras características que le son propias hacen de ella un elemento codiciado por los principales grupos de poder. Es consumida sin esfuerzo, pueden llegar a cualquier hora hasta los más variados ámbitos individuales y colectivos y los mensajes contienen voz y sonido, lo cual la hace una herramienta poderosísima para la manipulación psicológica, para modificar hábitos, para imponer modelos de comportamiento y estilos culturales. Ahora uno de los rasgos más definidos de nuestra civilización viene representado por el materialismo consumista. Y los medios de comunicación son un elemento de consumo e incitan al consumo. El individuo inmaduro consume pasivamente modelos que exaltan la forma sobre el contenido, la magia sobre la lógica y la emoción sobre la razón.
Penetra alevosamente en nuestros hogares con la deshonesta intención de condicionar nuestros comportamientos; en definitiva, de limitar y vencer nuestra libertad.

“El individuo inmaduro consume pasivamente modelos que exaltan la forma sobre el contenido, la magia sobre la lógica y la emoción sobre la razón.”

La duración media de cada plano en los años 40 y 50 era de 12 a 15 segundos; actualmente es de 3,5. El niño vive y se desarrolla  en un ambiente de sonoridad elevada. El adolescente actual puede llegar a ser incapaz de vivir sin sonido de fondo -sin música y sin televisión-, tal como han demostrado algunos estudios en los que el 85% de los adolescentes manifestaban que no podían estudiar sin música.

Su innegable tendencia a proponer formas de ocio alienantes. Los chats de Internet, la telefonía móvil o los videojuegos están originando gran número de casos de dependencia entre los adolescentes en situación de riesgo, que pasan a formar parte de las denominadas adicciones psicológicas o adicciones sin drogas. Las conductas repetitivas que imponen estas actividades llevan al individuo joven o inmaduro desde una sensación placentera inicial a la pérdida de control sobre las propias acciones. Es conocido el dato relevante que señala la asociación frecuente de estas actividades consideradas lúdicas a la adicción a una o más sustancias químicas.

Estas tecnologías, sin embargo, no generan adicción por sí mismas y es evidente su potencial como instrumentos de la educación. Debajo de una relación adictiva hacia las mismas subyacen frecuentemente problemas individuales más profundos –entorno socio-cultural, familiar o constitución emocional desfavorables-.

Televisión y videojuegos: patología de la pantalla

Distorsión del desarrollo en tres esferas fundamentales: en la de la actividad: con el sedentarismo (obesidad), digresiones alimentarias (“snacks”, “fast foods”) (hiperlipemia). La sociabilidad: conductas agresivas, empobrecimiento del lenguaje, consumismo, ausencia de sentido crítico, precocidad y promiscuidad sexual. Y la creatividad: escasa imaginación, dificultad para el pensamiento abstracto

La contemplación de la televisión en familia es un mecanismo eficaz de compensar sus efectos negativos y resaltar los positivos, de modo que la actitud de padres y hermanos mayores hacia las imágenes y contenidos hablados puede amortiguar cualquier efecto pernicioso, potenciar los caracteres benéficos y ofrecer un elemento de conocimiento, madurez y desarrollo de gran fuerza.

(15 de marzo de 2012)

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Red de Bibliotecas Públicas del Pdo. de Asturias