David Barreiro, Premio Joven de Narrativa de la Universidad Complutense

Fotografía: Olaya Pazos

Hace años que vive, escribe y respira en Malasaña, ese mar madrileño de antenas y tejados. Sin embargo, eso no evita que David Barreiro (Gijón, 1977) explique en su último libro que la palabra asturiana chigre proviene de winche, un aparato de la maquinaria naval que utilizaban como sacacorchos. Y es con éste, su último trabajo, Perros de presa, con el que Barreiro ha conseguido el Premio Joven de Narrativa 2011 de la Universidad Complutense. Se trata de una novela negra, llena de humor y acidez, ambientada en un centro comercial en la que un vigilante de seguridad ha de descubrir las verdaderas causas del asesinato de uno de sus amigos.

Barreiro no es nuevo con los galardones; en 2005 obtuvo el premio de Relatos Policiales de la Semana Negra por su relato La noticia, incluido en el volumen Cuentos policíacos del centenario y en 2008 publicó su primera obra en solitario Relatos postindustriales (KRK Ediciones). Además, ha publicado dos novelas: Mediocre (InÉditor,2009) y Barriga ((InÉditor, 2010). En el campo del guión cinematográfico, en el año 2002 obtiene el Premio Phillips de Cortometraje por su obra Estrés y en 2005 el Rovira Beleta por el guión de Atardeceres. Como periodista, colabora en diversas publicaciones y es columnista de opinión en Sincolumna y 360º Press. De dónde saca David Barreiro el tiempo es un misterio aún sin resolver.

 

Perros de presa se desarrolla en un centro comercial en declive en el que el hipermercado ha devorado a los pequeños comercios. ¿Metáfora del mundo actual? 

Nos olvidamos de lo que nos diferencia e identifica, vestimos todos igual, hablamos todos del mismo modo, viajamos a los mismos lugares, somos fotocopias unos de otros. Las consecuencias desastrosas de la globalización, aunque no son el tema nuclear de la novela, están presentes a lo largo de toda la historia.

Fede Narváez, el protagonista, es un antropólogo  metido a guardia de seguridad. ¿Le es útil la antropología en el mundo cotidiano?

Fede tiene una visión crítica de la sociedad y de sí mismo. Es cierto que, desde ese punto de vista, aplica un principio propio de la antropología como el relativismo cultural frente al etnocentrismo. No se siente superior a nadie, más bien todo lo contrario, y tampoco siente que nuestra sociedad, la sociedad occidental, sea superior a ninguna otra civilización.

 ¿Para qué sirve el don de no olvidar nunca una cara?

Al protagonista de Perros de presa le marca su vida. En general, no es más que una modesta virtud que ayuda en las relaciones sociales.

¿Realmente se roba al año en los supermercados españoles por valor de 2.500 millones de euros (cifra que Fede trata de conservar para que sigamos siendo los mayores rateros de Europa)?

Es así, por sorprendente que parezca. Cuando me documenté para la novela consulté el Barómetro del Hurto en la Distribución y reflejaba esa cifra. Con la crisis, además, ha aumentado e imagino que seguirá subiendo. No obstante, el resto de países europeos tienen cifras parecidas.

El muchacho asesinado, Dani, tiene 37 años pero su madre conserva  su habitación como cuando era adolescente. En cierta forma, todo el libro se desarrolla así: los personajes miran los adolescentes que fueron, los que nunca dejaron de ser o los que se convirtieron en lo contrario que se esperaba de ellos.

en la novela critico a esa generación, mi generación, que ha vivido bajo la protección –económica y sentimental– de los padres

Sí, en la novela critico a esa generación, mi generación, que ha vivido bajo la protección –económica y sentimental– de los padres. Se trata de unos jóvenes –si puede calificarse de joven a alguien de 37 años– con una indudable inmadurez emocional, incapaces de tomar las riendas de sus vidas. Lo saben, Fede lo sabe, pero no hacen nada para cambiarlo.

“¿Esto es lo que estaba escrito para mí?”, se preguntan sus personajes. ¿Es una novela de sueños rotos?

En efecto. Es, como toda mi obra hasta el momento, sobre las expectativas. Somos las expectativas que nos creamos, la consecución de determinados sueños o la frustración perenne de no haber llegado a alcanzarlos. Tanto Fede como otros personajes de la novela se plantean cómo habría sido su vida si hubieran aceptado aquel trabajo, se hubieran ido a otra ciudad, hubieran seguido con aquella chica… Creo que todos nos planteamos cuestiones parecidas, que vivimos tratando de cumplir con las expectativas que hay puestas en nosotros y las que nosotros mismos nos hemos creado.

Somos las expectativas que nos creamos, la consecución de determinados sueños o la frustración perenne de no haber llegado a alcanzarlos

¿Una ciudad dormitorio a las afueras de Madrid puede definirse como “el más allá”?

La mecha que encendió la hoguera, el día que brotó la idea de la novela, fue una tarde de otoño en que tuve que ir a comprar una cámara de video a un centro comercial a una de esas ciudades dormitorio. Tuve que coger el metro, después un cercanías y, finalmente, un autobús. Allí, enredado en la madeja de circunvalaciones, carreteras y raíles, me sentía como el protagonista de La isla de cemento de J.G. Ballard, un náufrago en mitad del asfalto. Una vez en el centro comercial, apenas había gente en el interior, tan solo algunos trabajadores, y me planteé cómo serían sus vidas allí: las relaciones en ese inhóspito lugar, cuáles serían sus inquietudes, su día a día. Así nació la novela.

¿Qué es el sueño de Madrid?

El sueño de Madrid es el mismo que el de Nueva York, Londres o Sidney. Es el sueño de mucha gente que deja atrás su ciudad de origen con la esperanza de vivir nuevas sensaciones y de realizarse lejos del rol en el que había vivido hasta ese momento en el seno de su familia o en su círculo íntimo de amistades. En la ciudad desconocida, que diría Gil de Biedma, es alguien nuevo, un personaje anónimo que se conforma a cada paso. Madrid es una ciudad que recibe a multitud de jóvenes con ese espíritu. Unos alcanzan ese sueño y otros nunca lo consiguen.

Fotografía: Olaya PazosElija a su personaje secundario preferido: la madre obsesionada con la alimentación e ínfulas de pintora, el padre pollero que intenta por todos los medios que el hijo continúe con el negocio, Gepetto (el vigilante a quien apodan así porque su hijo tuvo un accidente y le pusieron una mierda de madera), Rufus (el perro de la tienda de animales al que Fede saca por las noches a pasear)…

Indudablemente, le tengo mucho cariño a Gepetto. Alguien que lo tuvo todo y a quien la vida se le atragantó de pronto. Perdió lo que tenía y tuvo que empezar de cero, en otro lugar y sin que nadie le ayudara. Obviamente, hay dobleces en Gepetto, tiene culpa de lo que le pasó y no es perfecto. Pero la perfección no es nada literaria.

Y en mitad de todos ellos, aparece un personaje que nos es familiar, David Barreiro (delgado, con una barba de tres días que no se afeita hace doce y unos largos brazos que languidecen como su mirada), un periodista de una revista alimentaria que ayuda a Fede a resolver el crimen de Dani. 

Mientras escribía la novela, me di cuenta de que Fede sería incapaz de descubrir nada por sí solo. Es un pusilánime y necesitaba a alguien que le echara una mano o me habría visto obligado a escribir miles de páginas hasta que el bueno de Fede resolviera el crimen. Entonces recordé que, hace ya tres años, había dejado en Madrid a David Barreiro, el protagonista de mi primera novela, Mediocre, y decidí recuperarlo. Claro que yo no sabía que en este tiempo, David Barreiro había cambiado tanto.

¿Es usted tan cínico, sorprendente y surrealista como su personaje en la novela?

Me gustaría decir que sí, pero mentiría con nocturnidad y alevosía. David Barreiro, el personaje, no soy yo, es mi caricatura. Es más exagerado que yo en todo, en lo bueno y en lo malo. Es mordaz, es inteligente y, a la vez, es un tarado. Yo no llego a tanto. Creo.

¿Tras su fachada de poeta enclenque esconde un macarra que lleva al lector a lugares inhóspitos y peligrosos?

En Mediocre, él llegaba a Madrid con mucha ilusión –el sueño de Madrid del que hablábamos– dispuesto a demostrar su talento como poeta. Era un muchacho inteligente pero taciturno, apagado. En estos tres años no sé bien lo que le ha pasado, pero cuando lo vemos aparecer nos damos cuenta de que ya nada le importa, que no siente temor ante nada y nos arrastra en su temeridad.

¿Se ha reído mucho escribiendo esta novela?

Me lo he pasado bien, claro. Suelo escribir dos novelas en paralelo. Cuando comencé Perros de presa, estaba trabajando en una novela corta pero intensa sobre el miedo que me costó mucho esfuerzo terminar. Para relajarme, me divertía con Perros de presa, sin embargo, el humor sea tan solo una excusa para hacer crítica social, que es el verdadero tema de la novela.

Fotografía: Olaya Pazos

Perros de presa es el título del cómic que Dani dibujaba sobre un detective en Manhattan. ¿Por qué decidió que también fuera el título de su libro?

Hay tres razones. Por un lado, el cómic de Dani, un personaje esencial en el libro y en la vida de Fede, nuestro protagonista. Por otro, Rufus, un Yorkshire Terrier, lo más alejado de un perro de presa que se pueda imaginar, pero que es determinante en el desenlace de la investigación. Por último, los guardias de seguridad de la novela, que son todo menos perros de presa, son gente vencida incapaces de enfrentarse a nadie, tal y como se comprueba ya desde la primera página de la historia.

Y como en toda buena historia negra, hay una mujer perdida (Isabel, que eligió tener vida de teleserie) y una inalcanzable (Jessica, la hermosa cajera con novio tunero). ¿A quién le guarda usted menos rencor por no haber querido a Fede?

A Jessica, desde luego. Pertenece a un mundo distinto al de Fede, ambos lo saben y lo asumen. Su historia es imposible y lo será siempre. Isabel dejó que Fede se hundiera en un pozo y no hizo nada por ayudarlo, o no lo suficiente, al menos.

Perros de presa se lee en un asalto (y no sólo por las 183 páginas). Difiere bastante de las extensas  novelas negras estilo nórdico que imperan en la actualidad. ¿Barreiro va a contracorriente?

Cuando me pongo a escribir solo pienso en la historia que quiero contar. De hecho, el primero borrador era bastante más largo, pero finalmente entendí que algunas partes no tenían la fuerza necesaria y las suprimí. Como díce Vila-Matas, aprender a escribir es aprender a tachar.

El periodismo, la política y la corrupción de los oligarcas siguen siendo la diana de la mayoría de sus flechas.

Sí, así es, aunque por distintas razones. Ataco al periodismo desde el cariño, con la idea de que una prensa libre es esencial para la sociedad. Es, en la medida en que soy periodista, una autocrítica. En cuanto a los políticos, no quiero ser demagogo, valoro enormemente a quienes siguen sus ideales y ejercen su labor con honestidad, pero también tenemos la misión de controlar a quienes se introducen en la política por otras razones, razones que suelen tener muchos ceros a la derecha. La corrupción es un mal endémico de nuestra sociedad y como escritor creo que no debo eludirlo. 

La corrupción es un mal endémico de nuestra sociedad y como escritor creo que no debo eludirlo

Sus libros suelen tratar de antihéroes. ¿Por qué resulta tan atrayente la senda del perdedor?

La estética de la derrota es innegable. Supongo que no es atractivo ver a alguien ganar, ganar y ganar. En la vida se gana algunas veces, pero casi siempre se pierde y es lógico que nos identifiquemos con quienes tienen problemas, quienes ven los trenes pasar sin subirse a ellos, quienes tienen miedo, sienten dolor o, simplemente, dudan.

 Usted dice que su técnica de escritura puede definirse como un “caos binario”…

Como comentaba antes, escribo siempre dos historias a la vez. Esto supone que salte constantemente de un género a otro, de un estilo a otro, de unos personajes a otros. A veces, estos se rebelan e intentan cambiarse de historia, pero por lo general los tengo controlados.

Ya es su cuarto libro en el mercado. ¿Ha participado con alguno de ellos en un club de lectura de las bibliotecas?

No he tenido el placer, pero es algo que me encantaría.

¿Puede explicarle, a aquellos que no le sigan en su blog, facebook o twitter (@palabrasdearena), quién es Peláez?

El oficio de escritor es más bien una actividad solitaria. Hacerlo en soportes digitales coloca un foco inmediato sobre los lectores que normalmente están en la sombra

Peláez es un personaje que creé en Facebook casi sin querer. Es un periodista de provincias que mantiene absurdos diálogos con su jefe. Comencé a escribir esas conversaciones y un día decidí pasar a otra cosa así que, en un diálogo, Peláez, harto de la actitud dictatorial de su jefe, se iba. Entonces surgió una plataforma en Facebook de gente que pedía el regreso de Peláez, con “chapas digitales” en las que decía “Yo doy la chapa por Peláez”. Es curioso vivir tan de cerca el poder de las redes sociales. El oficio de escritor es más bien una actividad solitaria. Hacerlo en soportes digitales coloca un foco inmediato sobre los lectores que normalmente están en la sombra. Finalmente, regresó gracias al semanario digital 360gradospress.com, con el que ya colaboraba como periodista cultural. En su perfil de Facebook actualizo diariamente un diálogo de Peláez con su jefe y una vez a la semana se recogen todos en la web del semanario. Son diálogos enmarcados en el humor absurdo, pero con la mirada puesta en la actualidad.

En el centro comercial de su novela, los cine proyectaron la última película, esperaron a que se fuera el único espectador, apagaron las luces y cerraron la puerta. ¿Cree que esta imagen se repetirá a menudo con la subida del IVA al 21 por ciento de las entradas de cine?

Cada vez más, por supuesto. Las medidas del gobierno son otro golpe más a la cultura. El cine y el teatro sufrirán las consecuencias. Pero es algo que viene de lejos. Mis cines preferidos de la infancia, la adolescencia y la juventud ya no existen. Tan solo perviven en mi memoria. Quizás sea el momento de escribir sobre ello.

 

Fotografías: Olaya Pazos

(21 de julio de 2012)

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