‘Dormitorios de colores’, un libro duro y necesario

El escritor Josu Monterroso presentó en la Biblioteca de Asturias su novela Dormitorios de colores (Trabe, 2012) basada en hechos reales y en la que narra las vejaciones y malos tratos a los que se sometía a los niños internos en los perentorios infantiles para prevenir la tuberculosis en los años 60. Los escritores Luis Sepúlveda y Leticia Sánchez Ruiz presentaron el libro acompañados por el autor y por Luisa Ruiz, una de las víctimas de los maltratos en estos centros, concretamente en el del doctor Murillo, ubicado en la Sierra del Guadarrama.

 

“Es una de las pocas novelas necesarias que he leído en los últimos años”. Así presentaba Luis Sepúlveda el libro Dormitorio de colores de Josu Monterroso. Esta novela “dura”, como la definió el escritor chileno afincado en Gijón, está basada en hechos y testimonios reales: los de las niñas que sufrieron malos tratos en el preventorio del doctor Murillo durante el franquismo. “Preventorio… ¿se imaginan una palabra más fea?” preguntó Sepúlveda para explicar que los preventorios infantiles eran edificios destinados a prevenir la tuberculosis. Carecían de un reglamente interno que los regulase, y en los años 60 comenzaron en ellos las torturas, vejaciones, humillaciones, golpes, gritos y castigos inhumanos. El autor de El viejo que leía novelas de voz, que lleva una vida entera de lucha contra la injusticia, habló desgarradoramente sobre todos los atropellos que en el mundo han venido machacando con impunidad los huesos de los más indefensos. En este caso, contra unas niñas. “Jugaban con la ilusión de unas niñas pobres que pensaban que pasarían unos días en la colonias y tomarían vasos de leche”. Pero como decía Gandhi, tal vez lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. Y precisamente, “éste es un libro lleno de silencio” comentó su autor, Josu Monterroso. El silencio que se quería imponer en las niñas, la forma en la que trataban de callarlas. El silencio de los padres, que veían en las quejas de sus hijas simplemente una pataleta por una dura disciplina y “aquellos eran otros tiempos”. El silencio de los habitantes de Guadarrama, que parecían no saber lo que ocurría al lado de su casa. El silencio institucional, que hoy en día continúa existiendo y sigue sin poder dar respuesta de qué fue lo que ocurrió en los preventorios. Sepúlveda reflexionó sobre todas las bocas calladas a lo largo de la Historia y recordó cómo se les preguntó a los alemanes que vivían junto a los campos de concentración si ellos no habían visto cómo entraban allí trenes cargados de personas. La respuesta simplemente fue encoger los hombros.

Nada más entrar en los preventorios, a las niñas se “las disfrazaba de cadáveres”; las desnudaban, se las desparasitaba con unos polvos blancos por todo el cuerpo y se les rapaba el pelo. Las tenían a la intemperie en el patio durante el invierno casi sin ropa, o las dejaban al sol durante las horas de siesta del verano. Las horas del baño estaban controladas bajo la excusa de regular su interior; las cuidadoras contaban hasta tres y debían evacuar. Existieron muchos casos de enfermedad por cortes de digestión o taponamiento intestinal. Por las noches les asustaban para que no hiciesen ruido diciéndolas que los lobos del monte las atacarían si las escuchaban llorar, después las hacían dormir en plena Sierra con las ventanas abiertas escuchando el sonido de los lobos. Para que pareciesen sanas ante los ojos del resto del mundo, las atiborraban a comidas saturadas en grasa y casi siempre en mal estado. Las víctimas recuerdan gusanos en dichas comidas y una especie de papilla que ellas llamaban Caca del niño Pocholo y evitaban cualquier ejercicio físico, obligándolas a dormir siesta y descansar por la mañana. Si alguna hacía ruido, el castigo era brutal. Su ración de agua al día se limitaba a un vaso que servía una de las cuidadoras; “si atinaba en que el agua cayese en el vaso bien, y si no pues lo que hubiesen tenido la suerte de recoger”. Si vomitaban la comida, les obligaban a continuar comiendo del plato, con los vómitos entremezclado y no les permitían moverse de la silla hasta que terminasen, no importaba si se juntaba la comida con la cena o si reventaban porque no podían ir al baño. A esto, se sumaban pinchazos día tras día, justificándolo como vacunas para prevenir la tuberculosis cuando en realidad eran vitaminas o píldoras de calcio. “Esta historia fácilmente pudo caer en efectos emocionales facilones y sentimentalismos que agraden al lector, pero la sobriedad narrativa y descriptiva de Josu Monterroso hace que se lea con sumo agrado y que cuando terminas dices…!Vaya! He leído una estupenda novela que voy a recomendar, volvería a leerla porque es un logro” afirmó Luis Sepúlveda.

Leticia Sánchez Ruiz hizo hincapié en lo difícil que resultaba escribir una historia basada en hechos reales. Recordó que para García Márquez un escritor es un hipnotizador, y si erra al contar una historia, la hipnosis se desvanece, el lector se siente desilusionado y cierra el libro. “Esto es lo que ocurre con la ficción. Pero cuando se escribe sobre hechos reales, el escritor no sólo debe sostener un péndulo, sino otras muchas cosas; debe sostener las voces de la gente, caminar con pies de plomo y llevar sobre sí la inmensa responsabilidad de que ese libro no se cierre para que la historia se sepa. Cuando ya nadie pueda contar la historia del preventorio y cuando ya nadie la recuerde, este libro va a ser la memoria. A pesar de lo que se crea, es mucho más difícil escribir historias basadas en hechos reales que escribir ficción pura y dura; ésta es la gran valentía y maestría que Josu Monterroso ha demostrado con este libro” comentó Sánchez Ruiz.

La escritora asturiana también alabó el acierto de Monterroso por hacer que las protagonistas de Dormitorios de colores no fuera “las niñas rotas de entonces, sino las mujeres puzzle en las que se han convertido”, ya que la historia arranca en la actualidad, con unas adultas Beatriz y Cecilia que tratan de hacer frente a todos los traumas que les provocó aquella experiencia, la cuál “las convirtió en fantasmas”. Josu Monterroso explicó que la razón por la que había decidido que las protagonistas fueran la mujeres en las que se convirtieron aquellas niñas y que el preventorio sólo apareciese en forma de recuerdo, fue que era precisamente con ellas con las que había hablado. “Yo las admiro, vi cómo trataron de reconstruir su vida y de tener una existencia normal”, comenta el autor, quien se entrevistó con varias víctimas del preventorio. Una de ellas Luisa Ruiz Abad, sentada junto a Monterroso en la biblioteca, fue precisamente el germen de Dormitorios de colores. “Vino un día y me dijo: Josu, quiero que escribas mi infancia. Yo le contesté: qué dices, Luisa, a quién le va a importar tu infancia. Porque, a pesar de que fuésemos amigos, ella jamás me había contando nada y pensé que sería la misma infancia que había tenido cualquier niño. Pero no lo era”.

¿Por qué? es una pregunta que flota en Dormitorios de colores y también en su presentación. ¿Por qué sometieron a aquellas niñas a tratos inhumanos? ¿Por qué les inyectaban constantemente “vacunas”? Una de las teorías es que experimentaros con aquellas niñas, pues hoy en día, a pesar de que fuera un preventorio, no existen los expedientes médicos de las internas, pero sí que existen los informes fiscales, facturas, pedidos de alimentos y un largo etcétera. Muchas de las niñas entraban sanas y enfermaban allí, con forúnculos en la cara o incluso la tuberculosis, entonces se las encerraba en La Casita, un edificio anexo al preventorio, y durante semanas se las dejaba solas, en la cama y sin poder moverse, encerradas en la habitación. La higiene no era su punto fuerte pues las niñas, se duchaban una vez a la semana. Desnudas, con las temperaturas del frío de la Sierra, las colocaban en fila, las duchaban con agua congelada, y las frotaban con estropajos y jabón de sosa en apenas quince segundos. Después, usaban una única toalla para secarlas a todas. “Teorías hay muchas” comentó Monterroso “pero lo que a ellas y a mí realmente nos importa es que puedan tener acceso a sus informes médicos, saber qué les hicieron y por qué muchas enfermaron. Quieren saber qué es lo que tienen dentro”. Luisa Ruiz afirmó que ella misma había tenido pleuritis dentro del preventorio, a pesar de no haber estado en contacto con nadie que padeciese esa enfermedad. “Soy consciente de que no todas mis compañeras pasaron por lo que pasamos nosotras, y me siento feliz porque no hubiesen tenido que sufrirlo” explicó Abad, quien manifestó estar “encantada” con el libro y con el trabajo que había realizado Monterroso “También sabemos que no todos los preventorios poseían estas característica. Pero el nuestro sí, y nosotras hemos contado nuestra historia”.

 

(13 de noviembre de 2012)

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