Manuel García Rubio: “La memoria y la historia son imprescindibles para construir nuestra identidad”

Cuando era niño en Montevideo su padre le compró un ejemplar de La cabaña del Tío Tom, una libreta, un lápiz y le propuso un negocio: por cada página que transcribiese de esa novela le pagaría una serie de pesos. Cuando llegó a Asturias a los diez años, Manuel García Rubio descubrió al desembalar las cajas que esa libreta, como tantas otras cosas bonitas de su vida, la había dejado en Uruguay. Pero las ganas de seguir escribiendo sí vinieron con él y lo hicieron para quedarse. Ha practicado con éxito el ensayo, y algunos de sus relatos breves figuran en antologías españolas e hispanoamericanas. Con todo, es en el campo de la novela en el que, paso a paso, ha ido haciéndose con uno de los huecos más interesantes y originales de la narrativa contemporánea en España. El efecto devastador de la melancolía, La garrapata, Green, España, España, La edad de las bacterias, Las fronteras invisibles, y Sal, finalista del Premio Fundación Lara a la mejor novela publicada en 2008, son parte de su imaginario creativo. Ahora García Rubio vuelve al ruedo y por la puerta grande: con un premio bajo el brazo, el Ciudad de Salamanca. La casa en ruinas, como se llama el libro galardonado, nos cuenta la historia de Ricardo Tremp, un hombre que debe volver al pueblo de su infancia, enfrentarse con sus monstruos olvidados, mirar tras los armarios cerrados y prepararse para lo increíble.

 

¿Quién es Ricardo Tremp y cómo llega a conocer a Manuel García Rubio?

Ricardo Tremp es una persona que, un día, decidió hacer borrón y cuenta nueva con su pasado, creyendo que esa era la forma de conquistar la felicidad. Resultó un error. Esa no suele ser una buena estrategia, pero hay mucha gente que la practica. No es difícil tropezarse con un Ricardo Tremp. A mí me ha pasado muchas veces, y no estoy seguro de no ser uno de ellos.

¿Por qué regresamos a los lugares a los que nos hemos prometido no regresar?

Porque forman parte de nuestra biografía, aunque no solemos recurrir a ellos cuando nos asaltan dudas sobre el camino que debemos seguir. Sin embargo, la memoria y la historia son imprescindibles para construir nuestra identidad. Claro que, a veces, nos da miedo mirar hacia nuestro pasado. Podemos llevarnos sorpresas no muy agradables.

Ricardo vuelve a su pueblo porque un balcón de la abandonada casa de su infancia se ha desplomado encima de un hombre y lo ha dejado gravemente herido. ¿Una metáfora de que el pasado, cuando no está bien atendido, puede ser peligroso?

Así es. Nosotros estamos hechos de pasado y no podemos desentendernos de él.

la memoria es una herramienta necesaria para forjar nuestro yo. Una persona sin memoria es una veleta sin más referencias que las del sentido del viento”

Decía García Márquez que la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda. ¿Algo semejante le sucede a Ricardo Tremp?

Como te decía, la memoria es una herramienta necesaria para forjar nuestro yo. Una persona sin memoria es una veleta sin más referencias que las del sentido del viento. Está al albur de los designios o caprichos de los demás. El Poder conspira permanentemente a favor del olvido y, con eso, está construyendo una ciudadanía sin criterio, incapaz de armar un relato coherente de lo que nos está pasando. Hoy por hoy, mucho más importante que dar con la salida de la crisis económica y moral que vivimos sería conocer las causas que nos trajeron hasta aquí, pero nadie quiere explicarlas. Borrón y cuenta nueva.

Dice su protagonista que sentirse extranjero en el pueblo que repudia es lo mejor que le podía pasar. ¿Su mayor logro es no ser como ellos?

No es un logro, sino su apariencia de logro. Ricardo Tremp vive en una especie de alienación, de enajenación, que le hace creerse distinto de los demás. Pero no es así, y la vida se encargará de demostrárselo.

Ricardo odiaba de Saucedal todas sus determinaciones, esa vida de castas de poca monta, ignorantes del devenir de los tiempos, que se conformaban con tocar las cinco teclas del poder local, el puerto, el mercado de abastos, los locales de negocio bien situados, el casino y los servicios municipales“. Esos pueblos como Saucedal, llenos de monotonía, paz provinciana y paseos dominicales, ¿son pequeños paraísos o grandes infiernos?

En el mejor de los casos, podrían ser mundos felices, en el sentido que le daba Aldous Huxley en su famosa novela: territorios de una amabilidad sospechosa, que oculta otros espacios más importantes para nuestras vidas.

Y en medio de la cotidianidad, en mitad de la novela irrumpe lo extraordinario.

En La casa en ruinas he querido moverme de una forma consciente en esa frontera difusa que separa lo real de lo irreal. Para mí supuso un ejercicio de equilibrio muy complejo desde el punto de vista técnico, porque el riesgo de caer hacia un lado o hacia otro sin posibilidad de regreso era muy alto. Creo que el mérito de mi novela está aquí, en haber conseguido una narración honrada con el lector sobre la base de unas reglas muy delicadas y fácilmente violables que poco tienen que ver con el naturalismo o el realismo, aunque están ancladas en ellos.

Lo extraordinario también se refleja en Tita, la dueña de la cantina, una mujer que habla con los muertos que aún siguen vivos.

Es un personaje muy querido para mí, tanto más de carne y hueso cuanto más absurdas son sus creencias.

Resulta inevitable asociar el personaje de Mela con la Lolita de Nabokov…

La Lolita de Nobokov se ha convertido en un arquetipo por la calidad de su autor, pero Mela no es su remedo, sino una versión más del deseo abortado de felicidad.

¿Hasta qué punto marcan nuestras vidas los amores imposibles?

No tanto los amores imposibles como esa suerte de colección de renuncias en que acaban convirtiéndose nuestras vidas.

como el mundo es extraordinariamente complicado, al escritor honrado no le queda otro remedio que formular preguntas”

El puerto, alrededor del que giraba la vida y el trabajo en Saucedal, se va a pique y a partir de ahí nace un mundo de oportunidades. ¿Considera que, de alguna forma, esto puede suceder con la sociedad actual?

Sí, por supuesto, pero, sobre todo, aquí hay una referencia explícita a El astillero, de Juan Carlos Onetti, y a su visión crítica del momento que le tocó vivir, tan parecido al nuestro, amenazado de ruina.

La recuperación de la Memoria Histórica, aunque de forma tangencial, también aparece en la novela.

En la novela, la memoria y la historia son muy importantes, cada una por su lado. La memoria es subjetiva, la historia es objetiva. Ambas son imprescindibles para comprender nuestro mundo y a nosotros en él.

¿Cree que un escritor ha de tener la necesidad de ser crítico con su tiempo?

El escritor debe ser honrado con el lector. Por tanto, ha de hacer un esfuerzo especial para comprender el mundo. Pero, como el mundo es extraordinariamente complicado, al escritor honrado no le queda otro remedio que formular preguntas o, como diría mi amigo Fernando Beltrán, ser entrometido. Entrometido y crítico son, para mí, dos palabras que se refieren a la misma realidad.

¿Cuál es su parte favorita de La Casa en ruinas?

Creo que La casa en ruinas es una novela compacta, o eso, al menos, es lo que intenté. Soy incapaz de desgajarla. A estas alturas de mi vida, sé que no tengo que hacer más deberes que los que yo mismo me imponga. Escribo ahora por las mismas razones por las que empecé a escribir hace más de veinte años: porque quiero conocerme mejor y, de paso, compartir mis descubrimientos con los demás de una forma amena.

Sal, su anterior novela, cosechó un arrollador éxito de crítica y público. ¿Impone ponerse a escribir tras un éxito así?

A estas alturas de mi vida, sé que no tengo que hacer más deberes que los que yo mismo me imponga. Escribo ahora por las mismas razones por las que empecé a escribir hace más de veinte años: porque quiero conocerme mejor y, de paso, compartir mis descubrimientos con los demás de una forma amena.

en mi obra hay mucho de reivindicación picaresca: bastante insolencia, ganas de divertirme y divertir, y búsqueda de la felicidad, incluso a contra corriente”

Tengo la sensación de que la picaresca es importante en su obra.

Seguramente, en mi obra hay mucho de reivindicación picaresca: bastante insolencia, ganas de divertirme y divertir, y búsqueda de la felicidad, incluso a contra corriente.

¿Cómo fue su experiencia como jurado del Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2006?

Los debates me resultaron interesantes y enriquecedores y no me sentí presionado por nadie para orientar mi voto. Creo que esta opinión podría ser compartida por el resto de miembros del jurado.

¿De cuál de sus anteriores novelas (El efecto devastador de la melancolía, La garrapata, Green, España, España, La edad de las bacterias, Las fronteras invisibles, Sal) se plantearía hacer una segunda parte?

Con esas novelas podríamos construir una secuencia de los últimos cincuenta años de nuestra historia más próxima, si nos atenemos a los escenarios temporales de cada una de ellas. Entonces, más que una segunda parte, seguramente debería enfrentarme a la décima, porque ya llevo nueve novelas publicadas.

Además de su labor literaria, continúa trabajando como abogado. ¿Es cierto que usted afirma que el código civil es una de las grandes joyas literarias de nuestro país?

Sí, sin duda. Lamentablemente, no puedo decir lo mismo de la calidad con la que actualmente se redactan leyes y decretos. También es cierto que se legisla demasiado, y que los técnicos no tienen tiempo para revisar lo escrito, pero creo que esto no es casual, sino una dejadez pretendida, al servicio de la inseguridad jurídica y, por tanto, de los poderosos.

El contraste con la visión de los lectores me regala aspectos de mi obra que yo no habría podido descubrir por mí mismo”

Ha participado en reuniones con lectores en las bibliotecas. ¿Disfruta con estos encuentros?

Son magníficos para poner los pies sobre la tierra. El contraste con la visión de los lectores me regala aspectos de mi obra que yo no habría podido descubrir por mí mismo.

¿Qué recuerdos le trae la biblioteca de la sede de la Democracia Cristiana en Montevideo?

Te refieres, sin duda, a un artículo que escribí hace unos años, en el que, entre otras cosas, hablaba de cómo me colaba en el edificio anejo al de la casa de mi niñez, el de la sede de la Democracia Cristiana. Ese edificio tenía una biblioteca infantil magnífica, en la que me pasaba buena parte de las mañanas de los domingos, cuando estaba vacío. Creo que allí aprendí a amar los libros y la literatura.

 

(14 de enero de 2013)

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Sobre el autor

Red de Bibliotecas Públicas del Pdo. de Asturias