Adolfo Camilo Díaz: Mi primera biblioteca

(Caborana, 1963) Escritor, traductor y gestor cultural. Es el principal autor asturiano de textos teatrales, con más de veinte obras estrenadas por diversas compañías asturianas.

En el ámbito institucional trabajó como gestor cultural en los concejos de Carreño, Corvera y Avilés y forma parte del Consejo de Administración de la Radiotelevisión Asturiana. Además de sus colaboraciones en prensa, lleva publicados 19 libros, principalmente de narrativa o relacionaos col teatru. Ha ganado algunos de los premios más prestigiosos de la literatura asturiana, como el Xosefa Xovellanos (en tres ocasiones) o el de novela corta de la Academia de la Llingua. En su obra destacan títulos como Imago, Añada pa un güeyu muertu, El vientre del círculu, País, o su reciente inclusión en la literatura juvenil con Khaos (Premio Montesín de Lliteratura Xuvenil 2006).

 

 

 

MI PRIMERA BIBLIOTECA

Recuerdo con deseo trufado de sexo, o viceversa, las portadas de la serie Harry Dickson que Jean Ray había escrito a lo largo del primer cuarto del siglo pasado y que Júcar había recuperado en los años 70.

(En una de ellas, La casa encantada, una joven salta hacia un árbol. Creo que es un fotomontaje. La joven, literalmente, vuela. Hace eso que hacía la bruja de Blair: no toca el suelo con los pies, nunca. Lleva una camiseta negra de tirantes y el pecho se perfila como una cordillera imposible hacia la que dirijo mis ojos preadolescentes. Joder, qué calor preadolescente. Recuerdo otra. La Sombra Misteriosa. En ella una joven, la misma joven, aparece entre las ruinas de una casa abandonada. Luce una camisa rosa, el pelo rizado, los pantalones de campana. Diseños inolvidables de Randi Ziener y Enrique Bonet)

Ese deseo trufado de sexo y viceversa, no podía ser de otra manera, se trocó en pasión, en amor, por la lectura, por Harry Dickson, pura sicodelia posmoderna, por Jean Ray, el maestro de maestros del fantástico europeo, por el deseo y por el sexo…

Pero no adelantemos acontecimientos. Quiero hablaros de mis bibliotecas primeras y de mi primera biblioteca secreta. Hubo otras, claro… Más grandes, mejores… Pero no esas. Esas forman parte de los códigos genéticos que me llevan a reconocerme en el “ninu que fui… Que espero llegar a ser.

 

1.- Mis Bibliotecas

Mis padres casi no tenían libros en casa. Recuerdo una Historia de España de los años 20, alguna enciclopedia Álvarez, un opúsculo con monólogos de Anxélu (Siempre contigo Mariyina…), unos cuantos panfletos de Falange, poco más. Yo era alérgico (al polen, al polvo) y eso justificaba esa ausencia… que yo no entendía. Mi padre comprabaLA NUEVA ESPAÑA todos los domingos y leía en voz alta, silabeando, lo que “decían que pasaba”.

Supongo que tengo cuatro o cinco años. Eso recuerdo.

Los Reyes (imagino que Baltasar: siempre me sedujo más que los otros) me trajeron a los 6 años La Vuelta a la Galia por Asterix. Fue un descubrimiento. Todavía lo conservo. Si me lo quitas te perseguiré hasta mucho más allá de la muerte. Piénsalo. En menos de dos años cayó la colección completa (de aquella, finales de los sesenta, veinte álbumes). Frente al polvo y al polen, empecé a hacer mi biblioteca. Todo Verne, todo, hasta lo no escrito por él, me apasionaba, deseo, sexo, todo eso. Por la lectura, todo eso. ¿No has leído La Jangada? ¿Y El País de las Pieles? ¿Y Matías Sandorf? Santo Dios: si Dios existe, Dios es Julio Verne, lo conocías y no sabías que era él. Mi biblioteca también era la vieja biblioteca Bances Candamo de Avilés (la que estaba en la Calle Jovellanos) a donde bajaba en autobús, con seis años. De aquella ningún monstruo salido de Mistic River parecía acechar. Bendita inocencia. Conservo los “talonarios” de préstamo. En 1970 saqué 77 libros. Mi madre me regalaba libros (La ovejita negra… cuánto lloré con ella) y me contaba cuentos, cuentos de amor. También mi padre.

(Siempre me contaba el mismo: alguien iba por el monte. Un lobo o un oso le atacaban. Llegaba mi padre con una escopeta y lo salvaba. ¡Qué caña!).

Y yo seguía haciendo mi biblioteca, en casa (que se jodiera el polvo!), encima del armario de la habitación que compartía con mi hermano Carli, regalo a regalo, paga de los domingos a paga de los domingos: Los Tres Investigadores al completo, buena parte de Enid Blyton (los Cinco, las series Aventura y Misterio…), todo Salgari, todo Dumas (en aquellas ediciones ilustradas de Bruguera), Rafael Sabatini, Luigi Motta… Y Ray Bradbury. Todavía no había llegado a Jean Ray, al sexo, a mi biblioteca secreta… pero estaba sublimando el amor, me acercaba. Los libros eran patrias alternativas, infinitamente más hermosas que la más hermosa patria.

Mi Biblioteca personal hoy supera los 15.000 volúmenes repartidos por varias casas (todas hipotecadas) y tiene unos buenos fondos de arte, cine y literatura de género.

(que no se te ocurra acabar con ella: te perseguiré a ti y, una vez muerto, perseguiré a tu fantasma y al fantasma de tu fantasma)

 

2.- Biblioteca Secreta

Ahora voy a hablaros de mi Biblioteca Secreta. Ha llegado el momento. Líneas arriba prometimos sexo. Debemos cumplir.

Creo que tengo 8 años. Soy consciente, tengo recuerdos, ya he hecho mi primera comunión vestido de Caballero del Rey Santiago, con un par de galonazos y aquella cruz roja enorme, en el pecho.

Entro en aquel salón de la casa de la “güela de La Vega Vil.layana en el “conceyu” de L.lena. Una mesa grande, una ventana por la que entra el río y aquel mueble, con el botellero, los vasos y copas que nunca se usan, consecuencia de distintas ofrendas, regalos y… Buf: la Gran Enciclopedia Asturiana. Ayyy, qué pasada. No sé porqué me sumergí la primera vez en ella, cualquiera pudo ser el motivo. Ojearla a la espera de algo. No sé. Sé que caía en aquellas hojas, en aquellos grabados, en aquellos artículos como el que se derrumba ante una aurora boreal o como el que se arrodilla ante dios, llámese Julio Verne o Safo. Buf. Me pasé años, leyendo, releyendo, descubriendo lo que vivía entre aquellas pastas rojas. Durante mucho tiempo podría decirte qué foto coincidía con la palabra que al azar escogieses. Me la sabía de memoria, toda la enciclopedia. Puro amor. Vale, de acuerdo. Todavía no he llegado al sexo: no te impacientes, estamos muy cerca.

Al lado de la obra maestra de Silverio Cañada estaba la Durvan, lomos verdes, una edición de los 60. Si con la asturiana entraba en el tuétano de mi país con la Durvan volaba hacia el fin del universo. Buf… Eran enciclopedias del mio tíu Pepe, Pepín, como lo conociamos a pesar de pasar del 1´80, Pepón d´Usebio, como firma en su Blog, para el que quiera saber, hoy todavía y más que nunca, qué pasa y cómo pasa y cuándo pasa enLa Pola.

Pero todavía no llegué a mi Biblioteca Secreta. Puro sexo. Mmmm… (Mira cómo se me puso la carne, la piel, mmm)

Los hechos son los que siguen: mi tía Merce, la pequeña “los bomba” casó con Pepín y compraron una cama matrimonial. Hasta ahí todo correcto. Hoy tienen tres hijas, dos nietos y dos o tres gatos… Pero con la cama, y eso sí es importante, trascendente, les regalaron la colección de HARRY DICKSON, 55 volúmenes marrones, con aquellas enigmáticas pero sensuales jóvenes en las portadas y aquellos títulos memorables: “El Canto del Vampiro”, “La Casa de las Alucinaciones”, “El Enigma de la Esfinge”, “La Calle de la Cabeza Perdida”… Obras maestras. Sólo eso.

Puro sexo, pura pasión, pura devoción, puro deseo por la lectura, leer, leerlo todo, no dormir, volar, viajar, morir y renacer en cada página. Jean Ray marcaba el camino, llegaban Kafka, Richard Matheson, Cortazar, Borges, Rulfo, Tennese Willians, Faulkner, Pirandello, Simenon, Hesse, Conan Doyle, Santa Teresa de Jesús, San Juan dela Cruz, Antón de Marirreguera, Antón dela Braña, Ursula K Le Guin, Alfonsina Storni, Lovecraft…

Si pretendes descubrir esa biblioteca secreta las iras de los Primordiales, viscosos, nauseabundos, acabarán con los fantasmas de los fantasmas de los fantasmas de toda tu estirpe.

 

Tenía la eternidad, en forma de libro tenía la eternidad, leía mirando para el ríu L.lena, entreviendo ´l Picu Raneru, oliendo los misterios de la jungla, el atardecer en el estrecho de Bhering, la risa de las princesas de Marte…

En mis bibliotecas, en mi Biblioteca secreta, me siento estremecedoramente feliz.

(volver a la patria que habitan los niños y perderme tras la portada de un libro) 

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Sobre el autor

Red de Bibliotecas Públicas del Pdo. de Asturias