Vanessa Gutiérrez: El viaje que aún no comenzó

(Urbiés, 1980). En 2003 ve la luz su primer llibru, Onde seca l´agua. Nada más salir este poemario consigue el Premio “Teodoro Cuesta” de Poesía en la convocatoria de ese mismo año, con La danza de la yedra (publicado en 2004). Tiene también poemas repartidos por varias antologías (Palabres de Casa, Palabres Clares, Cuarenta poemes, etc.) y uno de sus relatos aparece en la Antoloxía del cuentu eróticu.

En la actualidad trabaja como redactora en el semanario Les Noticies y es colaboradora habitual de El Comercio. Ha realizado su primera incursión en la narrativa con Les palabres que te mando (Ámbitu, 2006).

 

 

 

 

EL VIAJE QUE AÚN NO COMENZÓ

«De la vida me interesa todo aquello que tiene de leyenda; la certeza de esa gran mentira que, conmovedora, habrá de sobrevivirnos porque, en el fondo, entraña una razón mucho más poderosa que la de nuestra propia existencia».

Sé que quizás no tiene sentido, pero, confusa y desordenada, susurro estas palabras de la que comienzo a desempaquetar los cientos de libros que he ido acumulando en estos años. Me pregunto si tal vez las habré leído en alguno de los muchos poemas que conforman mi discurso. O si, como tantas veces, argumentarán alguna de las obras que han ido trazando mi imaginario, convirtiéndome, para mi sorpresa y la de los que me desconocen, en una mímesis admirada de todos aquellos autores que he creído devorar mientras mi personalidad se deformaba a su modo. Con todo, aún me resulta extraño, ante las pilas caóticas que he de volver a ordenar, el hecho de sentir esta nostalgia por aquello que he ido olvidando. Sin embargo, me sorprende más aún el deseo de perder todo lo que aún no he conocido. Agradables paradojas de quien se busca en esta tarde sin nombre desandando caminos.

«Dices que me convierto en literatura cuando te hablo», le reproché aquella noche en que presentí, sin querer asumirlo, que todo acababa. «Te he estado hablando de destinos, de temblores, de deseo, de susurros y de ansias. ¿Qué me dirás mañana cuando, de pronto, comience a hablarte del olvido?». Cargada de desmemoria, contemplo la obra que aún no he acometido, y, con incierta ansiedad, deshago varias maletas a un tiempo, descontrolando el desorden por suelos y armarios. Redescubro ropa que no creo haber usado más que un par de veces, si bien mantengo la esperanza de que un día me vistan tal cual me imaginé la tarde en que decidí comprarlas. Así algunos volúmenes en los que todavía no he entrado, segura de que no ha llegado el momento de poder enfrentarlos. Cual esta chaqueta decorada de pelusas, atacada por el lejano olor de quien ya no me piensa, y que vuelve a abrazarme, tres años más tarde, cuando no queda sentido para conservar la memoria. Piensa que, tal vez, quién sabe, me digo, deberías haber aparcado determinados proyectos. Algunos por haberse agotado. Los menos, los más profundos, por haberte rendido. «Quiero dejar de sentir miedo a lo escrito. A la verdad revelada», escribí en una hoja que ahora aparece mal doblada.

Reconozco que al embalar mi equipaje, consciente del tiempo extraviado, de las horas recobradas y de un futuro acuciante y famélicamente insaciable, he abandonado el viejo Quijote infantil de las primeras lecturas. Principio de una cadena que me guiaba hacia otro eslabón que tampoco conservo. Lamento por ello, con la ironía de quien no se arrepiente, aquel primer libro de cuentos que jamás devolví a su dueño porque me sentí atrapada. Sospecho, pues, que ahí debió empezar mi historia. En aquella mañana gris del invierno en Urbiés cuando aprendí a entrelazar literatura y vida, amarrándolas en un destino que no habría de abandonar nunca. Recuerdo aquella mudanza, con apenas seis años, y mi sana codicia abrazando el cuaderno. La primera posesión frente a la lejanía desesperada de la última. Algo tangible aunque inabarcable que decidí trasladar conmigo allí donde fuese, yo que aún no distinguía los caminos, y que hoy, veinte años más tarde, repito de nuevo cuando saboreo, otra vez, esta también confusa vocación de independencia.

Topografías de cuerpos deseados que se recogen entre versos. Estudios de deslabazado tipo. Memorias insignes. Historias certeramente noveladas con inusual magisterio por escritores primerizos que le mantuvieron un pulso a la vida. Quién fuera ellos, lamento cuando intuyo que ellos soy, mientras voy superponiendo los títulos de todos los libros sobre la estantería desnuda de esta etapa que comienza. «Te he comprado este poemario por tu cumpleaños», me dijo aquella maestra. «Pero hagamos un trato. Leerás al menos un libro por cada semana del curso. Escribirás una historia. Recitarás para tus compañeros. Y yo prometo no volver a obligarte a someterte a un examen. Nunca hará falta».

Roblamos acuerdo en la nueva escuela de L’Entregu y aún mantengo la consigna. Sin exámenes teóricos aprendí a alimentar mis sentimientos a base de palabras, cientos de palabras, que terminaron por poseerme. «Son sólo palabras», todavía me dices desde uno de los enganches que penden de la manga de un viejo abrigo. Tiro del hilo. He aceptado que a tí nunca pude transcribirte. Y que jamás escuchaste mi alma acariciada por fonemas antiguos. Desembalada la casa, pienso en esta tarde gris del solitario Uviéu y en que tan sólo queda encontrar mi sitio. Empezar esta novela. Volver a escribir la historia. «Te recuerdo en mitad de mi desorden…». Contemplo mis libros y me reconforto. El viaje, lo sé, aún no ha comenzado.

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Sobre el autor

Red de Bibliotecas Públicas del Pdo. de Asturias